EFE. Jesús Sánchez Adalid en la presentación del libro |
Un narrador español destaca por la recreación histórica de sus relatos. Se dio a conocer con El mozarabe. Con la Sublime puerta abre la trilogía medieval que cautivó a los lectores y que cierra El caballero de Alcántara. Al igual que Jovellanos se formó estudiando teología y también colgó la toga de jurista para dedicarse a narrar conocimientos que le apasionan cuando los explica en las aulas. Su último trabajo lo estructura con un adelanto de contenidos al principio de cada capitulo, al igual que se hacía en los libros antiguos. Narrado como un seguimiento inquisitorial, el autor se documenta con los personajes y hechos del tiempos que evoca, pongamos por caso la exactitud de las ermitas del Ecce Homo en la ciudad complutense o desvelando los intereses de la princesa de Éboli cuando quiso implantar la orden carmelita en Pastrana... Y de repente Teresa
Recuperamos un articulo publicado por el propio autor en abc el 8/12/2014 sobre la novela histórica centrado en su novela Y de repente Teresa que se centra en el proceso que la Inquisición abrió contra Santa Teresa de Jesús y con la que se conmemora el V centenario de su nacimiento.
POR JESÚS SÁNCHEZ ADALID
El escritor de novelas históricas construye su ficción a partir de datos históricos. En esta correspondencia hay que ser consecuente con la objetivación: respetar las fuentes y suplir creando con sumo respeto lo que falta. Eso requiere ser claro a la hora de ir seleccionando la procedencia de las fuentes, cotejar unas con otras, incorporar la información sin fatigar y ser muy prudente a la hora de extraer conclusiones, no deformando el mensaje original. Todo ello sin olvidar, en ningún momento, que se está haciendo una ficción que debe resultar atractiva, que se debe apreciar «real»; que se siga en su lectura sintiendo que tiene lógica y que se cumple el principio de verosimilitud.
Con todo, en esta novela, como en otras que he escrito anteriormente, no he pretendido presentar algo real. Mi intención no es contar la historia. Entre otras cosas, porque soy muy consciente de que solamente se puede llegar a la historia real de manera limitada, a través de los documentos, del uso de las evidencias y de los métodos de presentación propios de los historiadores. Y siempre teniendo en cuenta que los documentos que maneja la historiografía no son neutros, sino que fueron elaborados de acuerdo con filtros ideológicos y epistemológicos que ya seleccionaron en su momento lo que se consideró que debía ser contado. Sin embargo, no estoy de acuerdo con eso que hoy tanto se repite: que toda historia es ficción, y que la única forma de revelar el pasado es tratarlo como un producto narrativo, susceptible por lo tanto de ser recontado de cualquier forma. Preferiría decir, en cambio, que me parece esencial la distinción entre los acontecimientos acaecidos realmente y los hechos históricos que tienen carácter narrativo, es decir, los que fueron construidos por el que los refiere, ya sea un escritor o un historiador. Puente entre el pasado y el presente
Una de las características más notables de la novela histórica actual como género es la intención de establecer un puente entre el pasado que recrea y el presente en que se escribe y es leída. Y aunque la intención de la novela no sea presentar algo completamente real, y la realidad sea sentida como inaccesible, no se escribe como un simple e inútil simulacro. Porque se hace con el deseo de ver con la mirada del presente aquello que sucedió y que hoy nos parece incomprensible y hasta terrible; sintiendo que siempre quedará el deseo de cambiarlo… Pero no se entienda esto como una intención de suplantar lo que verdaderamente fue, de engañar o «retocar» los hechos; aquello que Paul Ricoeur señaló como «los abusos de la memoria». Se trata empero de intentar un nuevo concepto de la narración, como penetración que investiga en la realidad cotidiana del pasado respetando lo que se conoce, pero desde una temporalidad presente, para llegar a entender mejor la experiencia humana. Para resaltar el bien y la belleza, el hombre se expresa por medio del arte; y de igual manera hace para contrarrestar los efectos que provocan en el alma el horror y la consternación. En este sentido, el escritor es un visionario capaz de transformar las más desdichadas situaciones en un relato apasionante, en una aventura, en una historia capaz de conducirnos a emociones que nos sirvan de catarsis y liberación de nuestros propios miedos e incertidumbres.
La idea de escribir Y de repente Teresa surgió de la petición que me expresó el año 2012 el padre Emilio Martínez, vicario general de la Orden Carmelita Descalza: se avecinaba el V Centenario del Nacimiento de Santa Teresa, que iba a celebrarse en 2015 y les parecía oportuno a la organización que se hiciera una novela histórica sobre Teresa de Jesús. Lejos de considerar esta petición como una simple «novela por encargo», yo estimé que se trataba de una responsabilidad enorme y acepté sin dudarlo. Siempre he admirado a Teresa de Jesús, conozco su vida y he leído a fondo su obra, así que consideré que debía ponerme manos a la obra. Tuvimos muy claro desde el principio que no debía ser ni una biografía, ni una novela biográfica, ni una historia novelada. Sería una novela histórica pura: un relato de ficción insertado en un escenario histórico que se percibiese como real y que tuviese detrás, aunque de manera poco perceptible, una seria investigación. Eso no resulta nada fácil en el caso de un personaje real, tan conocido, con tanta fuerza y con tanto prestigio. Fui consciente de que me metería en un «avispero», del que no habría de salir indemne, sino traspasado por las doloras punzadas de las dudas, las ansiedades y las fatigas que jalonan la propia vida de la protagonista principal, Teresa de Jesús.
Apasionante historia
Esta novela ha supuesto para mí un intenso trabajo. Hasta ahora, el mayor esfuerzo de investigación y documentación que he hecho desde que empecé a escribir novelas. Indagar sobre Santa Teresa de Jesús es meterse en una complicación enorme; como ocurre con los grandes personajes que, además de contar en su biografía con acciones de gran categoría humana y social, nos han dejado sus escritos. En el caso que nos ocupa, se une a esto la ingente cantidad de documentación generada por historiadores, biógrafos, expertos, comentaristas, exégetas, etc. La tentación de especular sobre la gran masa que permanece sumergida resulta irresistible. Sólo quien conoce bien todo esto sabe que una historia tan apasionante y tan repetidamente narrada a lo largo de los siglos contiene flecos sueltos, indicios equívocos, casualidades, incoherencias, etc.; y que, al final, cualquier intento de redundar en ella es como meterse en un puzle dificilísimo. Siempre existe el peligro de que la imaginación pueda echar a volar, formando teorías muy complejas y de todo tipo. De ahí que haya que proceder con sumo cuidado a la hora de valorar lo que dicen unos y otros.
Después de iniciar mis primeros trabajos de investigación previa, me decidí por el que es quizá el episodio más desconocido de la vida de Teresa de Jesús: sus problemas con la Inquisición. Examinados con lupa
Los inquisidores nunca se fiaron de ni de la obra fundadora ni de los escritos de Santa Teresa. De hecho, ella temía constantemente ser delatada: «Iban a mí con mucho miedo a decirme que andaban los tiempos recios y que podría ser me levantasen algo y fuesen a los inquisidores», escribe en «El libro de la vida». No obstante este cuidado, sus primeros problemas empezaron muy pronto, en 1559, cuando se publica el «Índice de Libros Prohibidos» del inquisidor Fernando de Valdés. Los inquisidores registraron por entonces la pequeña biblioteca que Teresa tenía en el monasterio de la Encarnación y requisaron obras de Fray Luis de Granada, San Juan de Ávila o San Francisco de Borja. Ella escribe: «Cuando se quitaron muchos libros de romance, yo lo sentí mucho». A partir de este percance los censores empezaron a examinar con lupa sus escritos y dejaron abundante constancia de sus correcciones: tachan párrafos de sus libros, le hacen arrancar páginas enteras o rehacerlas, como se decía entonces, de «sana planta». Uno de los censores, refiriéndose a sus disertaciones sobre el amor, anota al margen la siguiente advertencia: «Váyase con tiento». Le obligaron a rehacer entero el «Camino de perfección». Y ella, sumisa, obedeció el mandato; pero conservó en una arquilla del convento de San José de Ávila el cuaderno primero, que hoy se guarda en El Escorial.
Santa Teresa era descendiente de judeoconversos y seguramente lo sabía. Su abuelo paterno, Juan Sánchez de Toledo, fue procesado por la Inquisición en 1485 y obligado a llevar el sambenito durante siete viernes, siguiendo la condena impuesta a los criptojudíos penitenciados por el Santo Oficio. La familia se vio obligada a abandonar un floreciente negocio de paños en Toledo y a trasladarse a Ávila, con menos posibilidades, pero donde nadie les conocía ni sabía de su desgracia con el Santo Oficio. En su nueva ciudad de residencia obtuvieron un certificado falso de hidalguía, que les eximía de pagar impuestos y les proporcionaba buena imagen en aquella sociedad, donde se entregaron a aparentar una condición que no poseían: la de cristianos viejos. Los hermanos varones casaron con doncellas hidalgas y se dedicaron a la vida de los nobles de la época: abundante servidumbre, ropajes caros, cacerías, fiestas campestres…
Teresa escribió, además de muchas cartas y poemas, cuatro grandes obras: «El libro de la Vida», «Camino de perfección», «Castillo interior» y el «Libro de las Fundaciones». El más cuestionado por la Inquisición fue el primero de ellos, la autobiografía de la Santa, por tratar de «cosas místicas». La Inquisición la consideró sospechosa de ser «alumbrada» y «dejada» y Santa Teresa de Jesús tuvo que comparecer ante uno de sus tribunales. Acusaciones
En 1575, tuvo que comparecer ante la Inquisición en Sevilla, tras haber sido denunciada por María del Corro, una dama altiva y de carácter díscolo que ingresó en el convento recién fundado por la madre Teresa en la calle de Armas. No se conserva el informe oficial que se presentó con las acusaciones. Pero por los despachos enviados al Tribunal de Madrid se puede saber algo de su contenido. Se acusa a Teresa de Jesús de practicar una doctrina nueva y supersticiosa, llena de embustes y semejante a la de los alumbrados de Extremadura. Los inquisidores investigan sobre el «Libro de la Vida»; están seguros de que contiene engaños muy graves para la fe cristiana. El documento está fechado en Triana, en el castillo de San Jorge, el 23 de enero de 1576.
Las dependencias de la santa Inquisición de Sevilla estaban por entonces en las traseras del castillo; eran cámaras pequeñas, sin ventilación y con poca luz natural; las lámparas de aceite, permanentemente encendidas, crearían una atmósfera un tanto lóbrega. Los inquisidores que entendieron en el proceso fueron los licenciados don Rodrigo Gutiérrez de Páramo y don Miguel del Carpio y Salazar, inquisidores mayores de la ciudad de Sevilla. Nada sabemos del primero. El otro era tío de Lope de Vega y Carpio, el cual por entonces vivía en su casa de la Colación de Triana. ¡Qué casualidades tiene la vida! A punto de entrar en prisión
Santa Teresa fue interrogada, molestada, amenazada y estuvo a punto de ir a prisión, según nos refieren los escritos del padre Gracián. El mismo le notificó a Teresa que pensaban acusarla a la Inquisición y que probablemente la encarcelarían, se sorprendió al ver que ella ni se inmutaba, ni experimentaba disgusto en ello, antes bien, se frotaba las manos.
Finalmente, en un determinado momento, los inquisidores se dieron cuenta de que la denuncia de aquella testigo, María del Corro, eran patrañas infundadas, tejidas por su imaginación enfermiza. Dice María de San José: «Vino un inquisidor, y averiguada la verdad y hallando ser mentira lo que aquella pobre dijo, no hubo más. Aunque como éramos extranjeras y tan recién fundado el monasterio y en tiempo que se hablan levantado los alumbrados de Llerena, siguiéronse hartos trabajos». Como dice el P. Gracián, «todo acabo en quedarse ellas con más crédito y dar los inquisidores una muy buena mano a aquel clérigo que andaba zarceando estas cosas».
La santidad
Por orden del inquisidor apostólico general, don Gaspar de Quiroga, el padre Domingo Báñez, prestigioso teólogo de Salamanca, redacta así su censura del libro: «Y en todo él no he hallado cosa que a mi juicio sea mala doctrina». Las únicas observaciones se refieren a la abundancia de revelaciones y visiones: «Las cuales siempre son mucho de temer, especialmente en mujeres, que son más fáciles en creer que son de Dios y en poner en ellas la santidad». Y concluye con un veredicto final: «Esta mujer, a lo que muestra su relación, aunque ella se engañase en algo, a lo menos no es engañadora».
Un tribunal compuesto por tres letrados jesuitas recogió las declaraciones de Teresa. Se conservan dos Cuentas de conciencia, que son los escritos que ella hizo en su defensa, en 1576. La sentencia definitiva se desconoce; pero hay que suponer que ésta existió.
Aunque las acusaciones contra la madre Teresa y sus escritos eran infundadas, constituyen hoy un hecho real que está ahí, que pertenece a la historia; y que durante mucho tiempo se quiso ocultar tal vez para no empañar la figura y la obra. En cambio, hoy día podemos presentar a una Teresa de Jesús más humana y realista, metida de lleno en las corrientes espirituales de su tiempo y teniendo que sufrir las consecuencias de aquella época. Otros grandes personajes también sufrieron aquellas consecuencias: recordemos a fray Luis de León y al arzobispo Carranza, que estuvieron en las cárceles de la Inquisición.
Esta novela, aun teniendo a Santa Teresa como centro y personaje de fondo, es en realidad una historia más que versa sobre aquella España del siglo XVI, que no deja de sorprendernos y que, incluso, nos escandaliza mirada desde el presente, por sus desmesuras e intransigencias. Así, puedo arriesgarme a decir que Y de repente Teresa, más que una simple narración de la peripecia de Santa Teresa de Jesús como sospechosa de alumbradismo para los inquisidores, es también una indagación sobre las distintas formas en que esos hechos fueron narrados en su momento, los cuales yo me he encontrado como de repente, y debo confesar que han dejado una gran impresión en mi alma y en determinados momentos me han provocado un gran sufrimiento, al llegar a comprender que el camino de la santidad no está exento de persecuciones y grandes dificultades.
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