Palomas de guerra de Paul Preston
Mercedes Sanz-Bachiller, Nan Green, Priscilla Scott-Ellis, Margarita Nelken y Carmen Polo son los cinco personajes de este libro en donde aúna el trabajo de investigación con las historias personales y emotivas de cinco mujeres únicas y relativamente poco conocidas.
Palomas de guerra se concentra en una serie de personajes femeninos -dos inglesas y dos españolas, dos de derechas y dos de izquierdas, y un quinto, Carmen Polo-, de diferentes nacionalidades, orígenes sociales e ideologías, cuatro de ellas eran valientes, independientes y compasivas, algunas enviudaron, otras perdieron hijos y todas quedaron profundamente traumatizadas por la contienda. Ninguno de esos sufrimientos afectó la esposa de Franco, marcada por el conflicto bélico de una manera muy diferente.
La guerra no tiene rostro de mujer de la premio nobel Svetlana Alexiévich desvela las vivencias de un centenar de mujeres entre el millón de contendientes femeninas que participaron en el ejército soviético como partisanas contra los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. Sus miedos y angustias ante la muerte. Una edición ampliada sin la autocensura de testimonios que la autora no se atrevió a publicar en su día.
Mujeres en pie de guerra de Susana Koska es la historia oral y política de las españolas del siglo XX. Una emotiva obra coral que también es Historia, compromiso, feminismo, militancia, amor, maternidad, tenacidad y supervivencia.
Ediciones B , 2017 - ISBN 9788466661331 |
«Desde principio de siglo Mujeres en pie de guerra ha tenido distintas formas: una colección de canciones, escritas por Gabriel Sopeña y Loquillo; una obra gráfica del pintor gallego Fernando Pereira y un documental del mismo título que recorrió ateneos, cine fórums de distinto pelaje, universidades, asociaciones, institutos, festivales nacionales e internacionales e ilustró una incipiente pasión por la recuperación de la memoria histórica.
Mujeres en pie de guerra fue un documental en 2004, y aquellos fueron años de búsquedas, encuentros y desencuentros, amor, descubrimientos terribles, cartas, confidencias aterradoras en taxis, en bares, en casas de barrios que desconocía y por los que me perdía siempre. Fotos en blanco y negro de cada una de ellas, una historia enorme, inabarcable. Una crónica sentimental de aquello de "¿Qué fue de los tuyos en la Guerra Civil?" Yo fui sumando y aprendiendo y escuchando y copiando, con vocación de escriba a juzgar por la cantidad de material guardado.»
Susana Koska
Si quieres ir escuchando el programa radiofónico de Radio Nacional de España sobre las milicianas puedes pinchar:
Documentos RNE - Milicianas: mujeres republicanas en las trincheras de la Guerra Civil Española
Arrancaba el siglo y yo escribí este mismo enunciado en una hoja en blanco. Lo escribí para dar inicio a lo que me hervía dentro, aunque no sabía ni cómo se llamaba. La verdad es que hoy tampoco lo sé, pero me siento en la obligación de escribir unas palabras que os guíen, para poder entender lo que viene. Lo que sí sé es que mezclar la Historia con mi historia me resulta difícil, como si tuviera que quitarme la piel a tiras.
Ya ni sé por qué, pero arrancó el siglo y fui dando pasos, cortos, escasos y patosos en mi relato. Pasos a la deriva. Entrando y saliendo de charcos, enfrentándome a las dificultades propias de toda tentativa. No fue hasta que conocí a Antonina Rodrigo cuando por fin me puse en el camino de baldosas amarillas.
Ella ha sido y es mi maestra. Me adoptó a la primera, sin parar mientes en el fardo que se cargaba al hombro. Ella me enseñó a buscar en los archivos y a fijarme en lo pequeño, en lo que no se dice, o se dice a media voz, o se dice en la cocina, donde hemos reinado las mujeres y desde donde hemos empujado el mundo sin que se contase con nosotras. Esas mujeres de Martín Gaite, de Rodoreda o de Aldecoa, ventaneras, que parece que no se están enterando de nada cuando en realidad se dan cuenta de todo.
Me he desviado muchas veces, pero siempre vuelvo a él y aquí sigo. Mi camino de baldosas amarillas.
Yo era «la pequeña» (en mi casa lo soy y lo seré por siempre). La verdad es que no sé más que empezar por mí y con eso me hago responsable de estos actos, guste o no.
A las mujeres de mi familia les gusta contar batallitas, cuentos, estampas, y hablo en presente porque las que quedamos seguimos practicando. Me alimentaron con ellas sin saber que, con la tontería, íbamos a llegar hasta aquí.
Agosto
Mi madre y mi tía Rosa, de punta en blanco, dando una vuelta por el Espolón del bracete, como cuando eran jóvenes de zapato Gilda. Yo, feliz, con mi bollo de leche bien cargado de azúcar glas de La Exquisita. Con el calor sofocante del verano era inevitable el recuerdo de los días del hambre, de las croquetas de aire, del frío miserable de aquella ciudad de provincias desgarrada por la guerra. De aquella amiga de mi madre que tenía la nariz torcida, decían, porque su padre le tiró un chusco de pan tan duro que al acertarle en plena cara le torció la nariz. Del pan blanco del estraperlo y del día en que mis tíos volvieron de Francia, a punto de cerrarse las fronteras europeas, cuando en casa todavía no había mantas y lo único que las protegía del frío eran los capotes militares que cosía mi abuela Ángela y mi tía Juanita, su única forma de subsistencia y abrigo en invierno.
Estos recuerdos, supe después que comunes para muchos, este tapiz de puntadas dolorosas me persiguió siempre. ¿Qué fue de los tuyos en la Guerra Civil? A mí me gustaba sentarme a escuchar esas historias que no encontraba en los libros de texto y una y otra vez acudía a ellas, a mi madre y a mi tía, cuando quería saber cómo fue la vida de una niña de la guerra, superviviente de las bombas de la Legión Cóndor.
Nunca me he sentido historiadora, ni lo soy, así que este es un libro de historia oral, la historia de los que no tenemos papel que nos certifique la mayúscula.
Asumo, como Hildegarda von Bingen, que soy iletrada, y cuento lo que me contaron tal y como me lo contaron.
Mujeres en pie de guerra fue documental en 2004, una época de búsquedas, de encuentros y desencuentros, amor, descubrimientos terribles, cartas, confidencias aterradoras en taxis, en bares, en casas de barrios que desconocía y por los que siempre me perdía. Fotos en blanco y negro que encerraban una historia enorme, inabarcable. Una crónica sentimental de aquello de «¿Qué fue de los tuyos en la Guerra Civil?». Yo fui sumando y aprendiendo y escuchando y copiando, con vocación de escriba, a juzgar por la cantidad de material guardado.
Viajes en el tiempo y viajes hacia dentro. Descubrí la historia de los míos, los de casa y los de casas ajenas. Rojas y azules. Me aprendí la guerra desde la palabra viva, desde el cuerpo a cuerpo, sin poder quitarme el abrigo de aprendiz de Stanislavsky. Será mi alma rusa, digo yo.
Mujeres en pie de guerra cambió mi vida, me hizo crecer a punta de palabra, a golpe de verdad, a base de compromiso. Compromiso con hacernos visibles, compromiso con nuestro género, sin género de dudas. Compromiso con la historia, con la Revolución, con su época, con su generación. Fueron jóvenes, entusiastas, sin reglas, garantes de un futuro luminoso, y todo por el bien de la Humanidad.
Y puestos a perder, perdiendo todos la guerra, las mujeres perdieron más. Perdieron sus derechos fundamentales, perdieron la identidad, perdieron la vida, perdieron la posibilidad de crecer, de mejorar, de progresar. Perdieron visibilidad al convertirse en víctimas eternas, vestidas de negro, llorando a sus muertos y cuidando a los vivos, sin salir de la cocina.
Mujeres en pie de guerra hizo un largo camino y yo fui andando a su lado, en universidades y bibliotecas, colegios y asociaciones de mujeres, casas de cultura en pueblos decididamente pequeños. También en festivales, algunos de ellos internacionales, donde el desgarro no dejaba de emocionarme.
Tras todo ello, me sentí con el testigo en la mano, con la obligación de hacer los deberes. Y así, por ley de vida, se fueron marchando Sara, Rosa, Teresa, Trini, Josefina. Por ley de vida me fueron cayendo uno tras otro los golpes de la madurez y en cada ocasión me levanté como pude. La lección, como decía Josefina, consistía en convertir los limones en limonadas, una ardua lección, pero yo la llevaba bien aprendida porque mis maestras han sido excepcionales. A ver quién es la guapa que se queja de algo después de escucharlas a ellas.
Han pasado diecisiete años y casi el mismo número de vidas. Supongo que me ha llegado el momento de abrir mi caja de Pandora.
Este es un libro de memorias....
Susana Koska
La mirada femenina de las británicas no tuvo repercusión porque no llegaron ni siquiera a publicar en Gran Bretaña y que ahora podemos retomar en la edición de Amarú, 2018, por Daniel Pastor y Manuel González de la Aleja. La fotógrafa Gerda Taro no ha podido inmortalizar las instantáneas de su cámara por ser arrollada por un tanque cuando regresaba de la batalla de Brunete, según conocemos por su pareja, también reportero, que le acompañó en la expedición cuando sufrieron el accidente, el superviviente canadiense Ted Allan en Otro mundo es posible.
Las mujeres también tuvieron un papel relevante en la Revolución Rusa como ha llegado a demostrar Julián Casanova en La venganza de los Siervos pinchando en:
OCTUBRE 1917-2017, REVISANDO LA REVOLUCIÓN RUSA
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