martes, 20 de noviembre de 2018

LAS FORTALEZAS TEMPLARIAS DE LOS REINOS DE ESPAÑA


     Un recorrido por los castillos templarios por Jesús López-Peláez Casellas.



       La Orden del Temple, fundada según se cree en 1119, pronto se convirtió en una de las instituciones más extraordinarias de toda la Edad Media, entre otras cosas por su doble naturaleza religiosa y militar. Extendidos por gran parte de Europa, los caballeros templarios dejaron a lo largo de toda la península Ibérica innumerables huellas de su poder y su activo papel en la llamada Reconquista cristiana. Y las fortalezas del Temple constituyen la más sólida y accesible evidencia de la presencia de la Orden entre nosotros. A partir de ellas, Jesús López-Peláez Casellas reconstruye el pasado templario en toda su complejidad y su trágica grandeza. Enclavadas en un medio frecuentemente hostil y fronterizo, estas «fortalezas de Dios» desempeñaron durante casi dos siglos un papel clave en el desarrollo histórico de los reinos hispánicos y, por tanto, en la historia de lo que hoy conocemos como España.

Espasa 2018 - 464 pp. 15x23 cm - ISBN 9788467053531 -18,90€


              El libro está planteado como un viaje en el tiempo y asistiremos a qué ocurrió en torno a la extraña y fascinante institución del Temple, una de las órdenes militares cristianas de la Edad Media más poderosas.

    En este apasionante recorrido por los precedentes de la creación de esta Orden muchos e importantes son las leyendas y mitos que la rodean: rosacruces y masones, neotemplarios, el Santo Grial, la llegada a América, el Lignum Crucis, esoterismo y misticismo…

    También observaremos su establecimiento y consolidación en España y su defensa de los reinos cristianos por medio de algunos de los castillos o fortalezas más legendarias.



 
            Reproducimos las primeras páginas del libro por cortesía de la editorial Espasa que promociona el libro desde su página.


Origen, evolución y organización de la Orden del Temple 


Aparece la Orden del Temple 

     La historia de la Orden del Temple —y, con ella, la de los caballeros templarios— es una de las más complejas e inciertas de toda la Edad Media europea, y lo mucho que ignoramos sobre este asunto iguala, al menos, lo que conocemos o creemos conocer. No es nada extraño teniendo en cuenta que se trata de una institución no solo creada hace casi mil años y a gran distancia de la Europa Occidental, en Jerusalén, sino que se desarrolla y adquiere su primera razón de ser en los entonces conocidos como Estados Cruzados, en otras palabras, Tierra Santa. Si la obtención de documentos y archivos de esta época presenta de por sí dificultades evidentes, es fácil de imaginar que la complicación se acentúa al tratar de hechos y personas que desarrollaron gran parte de su actividad a miles de kilómetros de Europa Occidental. 

        Es entre otras razones por esta que, para hacernos una idea clara de lo que supuso la Orden del Temple, conviene comenzar por sus orígenes, su constitución como tal, que podemos situar en el día de Navidad de 1119. Fue entonces cuando el noble francés de Champaña, al que nos referiremos como Hugo de Payens (Hugues II de Payns era su nombre francés, aunque hay varias grafías distintas: Paens, Painz…) y un número indeterminado de caballeros —probablemente nueve, aunque tal vez el número responda más a la leyenda que a la realidad—, entre los que sin duda se encontraba Godofredo de Saint-Omer (oriundo de la Picardía), tomaron sus votos en Jerusalén ante el patriarca de esta ciudad y nada menos que en la iglesia del Santo Sepulcro. Además de Hugo y Saint-Omer, a los que menciona de forma explícita Guillermo de Tiro —una de las mayores autoridades sobre los templarios—, otras fuentes también mencionan a Archambaud de Saint-Aignan, Geoffrey Bissot, André de Montbard (pariente de Bernardo, abad de Claraval), probablemente un tal Roland, y un cierto caballero Gondomar, además de Foulques de Angers y Hugo de Champaña (aunque estos dos últimos caballeros bien pudieron unirse meses más tarde): no está claro ni los nombres de todos ni si fueron estos y no otros los caballeros que acompañaron a Hugo. En este primer momento adoptaron el nombre de Pauperes commilitones Christi, esto es, la Orden de los Pobres Compañeros («conmilitones», esto es, compañeros de armas) de Cristo, que más adelante y por los motivos que veremos se convirtió en Pauperes commilitones Christi Templique Solomonici: Orden de los Pobres Compañeros de Cristo y del Templo de Salomón (que pronto sería conocida simplemente como la Orden del Temple). Su objetivo no era inicialmente otro que el de defender a los peregrinos cristianos que desde 1099 acudían en gran número a Jerusalén: estos, al desembarcar en Jaffa (puerto de entrada en Tierra Santa para los europeos), debían recorrer los cerca de setenta kilómetros que separan esta ciudad portuaria de la propia Jerusalén, trayecto durante el que eran impunemente atacados por bandas de salteadores: beduinos nómadas que ocupaban ese área agreste y poco habitada entre Jaffa y Jerusalén, egipcios fatimíes procedentes del sur (que, de hecho, utilizaban la cercana Ascalón, cincuenta kilómetros al sur de Jaffa, como centro de operaciones) e incluso turcos que llegaban por el norte. 

    Pero deberíamos ir más atrás en el tiempo si queremos entender por qué esta institución se crea entonces (1119), precisamente en este lugar (Jerusalén) y con estos objetivos tan concretos, que de hecho pronto se verían ampliados y quedaban reflejados en cierta forma en sus votos. Como planteamiento de partida básico, debo decir que coincido plenamente con, entre otros, Alain Demurger en que las órdenes militares —y concretamente el Temple, que es la que nos ocupa aquí— surgen tras el primer milenio no solo como consecuencia de las cruzadas, sino también de la evolución social de la Europa del siglo xi, y así hay, por tanto, que abordar su estudio: su naturaleza, significado y desarrollo solo se entienden en función de su posicionamiento entre las monarquías feudales de Europa Occidental y el Papado, lo cual, si al principio les resultó ventajoso, finalmente condujo a su destrucción. 

     Si las monarquías europeas están en un proceso de construcción (con la desaparición de algunos reinos y la aparición de otros que siglos después se consolidarán), la Iglesia atraviesa un momento crítico de transformación que tendrá una incidencia directa en la aparición de las órdenes militares. Pero estas son producto directo del espíritu cruzado, y para comprender en qué consiste tal ideal hay que remontarse al papa Gregorio VII. Este pontífice (que murió el mismo año en el que Toledo volvía a manos cristianas, 1085) ha pasado a la historia por sus esfuerzos por reforzar la autoridad de la Iglesia, algo que se dio en llamar «Reforma gregoriana»; la autoridad moral (por ejemplo, combatiendo la corrupción —simonías— y el incumplimiento del celibato —nicolaísmo—) y la política, al tratar de imponerse al emperador del Sacro Imperio, Enrique IV, al que llegó a excomulgar en tres ocasiones. Pero el papa Gregorio aquí me interesa especialmente porque, ya hacia el final de su vida (y aparte de reclamar los territorios hispánicos reconquistados a los musulmanes como pertenecientes por derecho a la Iglesia) fue el primero en concebir la idea de una coalición de soldados cristianos que acudieran a Jerusalén para arrebatársela a los musulmanes. Esta idea solo se haría realidad casi veinte años después y con un papa diferente, Urbano II, pero la idea original pertenece a Gregorio VII, y también el espíritu que la animó, como veremos.

     La Reforma gregoriana, que, como ya hemos dicho, tiene un componente moral y político (y, lógicamente, también teológico, imbricado con estos dos, en el que no procede entrar aquí), está sustentada por el brazo armado del Papado en el siglo xi, que no era sino la Orden de Cluny. Los cluniacenses se entregaron a una profundización y revitalización de los decaídos ideales de ascetismo propagados por los monjes negros de la orden benedictina, fundada esta a su vez en el siglo vi de acuerdo con los preceptos de san Benito de Nursia (entre otros, el célebre ora et labora, esto es, «reza y trabaja»). Así, debemos entender que la idea de un ejército cristiano liderado por la autoridad absoluta del Papa e independiente de los poderes terrenales, que solo podían sumarse humildemente como soldados de Cristo pero tenían la obligación de contribuir de forma significativa, no es, en sus comienzos, sino un producto de la Reforma gregoriana extendida por los cluniacenses, los monjes negros. Pocos años después, en 1098 (solo un año antes de la conquista de Jerusalén durante la primera cruzada), y siguiendo la línea de reforma iniciada por Gregorio VII, se funda la Orden del Císter. Dando una nueva vuelta de tuerca al ascetismo y a los ideales de entrega cristiana de los cluniacenses, los cistercienses (o monjes blancos) alcanzarán su apogeo con Bernardo de Claraval (1090-1153), inspirador de la segunda cruzada y figura clave, como veremos, en la consolidación y expansión del Temple. 

    Llegados a este punto, conviene hacer la siguiente aclaración: a lo largo de este libro, que en su núcleo está planteado como un recorrido por la geografía española pero también como un viaje en el tiempo a lo largo de más de doscientos años, nos encontraremos con frecuencia con la necesidad de tomar desvíos en nuestra narración, como en cierto modo acaba de comprobar el lector. Estoy convencido de que estos desvíos —digresiones, si se quiere— son obligados si queremos entender mínimamente lo que ocurrió a comienzos del segundo milenio en torno a esta extraña y fascinante institución del Temple. Pero los lectores harán bien en decidir si quieren invertir su tiempo en demorarse por estos recorridos adicionales que propongo (lo cual aconsejo), o prefieren zambullirse en el legado estrictamente templario. Sea como fuere, en nuestro breve recorrido por los precedentes de la creación de la Orden del Temple tres nombres salen a nuestro paso de forma ineludible, y a ellos me referiré de forma sucinta a continuación. 


Jerusalén, el Templo de Salomón y las cruzadas

    No tiene sentido, al menos en un libro como este, separar la historia de la ciudad de Jerusalén de la historia del Templo de Salomón. Ambos son cruciales en el desarrollo de la Orden del Temple en Occidente y, por tanto, en los reinos peninsulares o en Francia. Por otro lado, Jerusalén y su Templo han atravesado los siglos compartiendo una misma suerte, y por ello creo que es necesario hacerse una idea aproximada de en qué consiste este complejo espiritual, sin duda el más densamente cargado de simbología religiosa del planeta. No se nos puede escapar, por todo esto, la relevancia de que la historia del Temple nazca en un emplazamiento de esta naturaleza. 

    Sabemos que el bíblico y también histórico rey judío Salomón (que reinó en torno a 965-928 a. C.) construyó un templo en Jerusalén, concretamente en el hoy conocido como Monte del Templo, hace cerca de tres mil años, en torno a 960 a. C. Por la tradición bíblica, por su estratégico emplazamiento, por diversos sucesos posteriores y también gracias a algunas excavaciones recientes sabemos que este espacio era de enorme importancia simbólica ya para los primeros israelitas hace tres mil años. El Monte del Templo consiste básicamente en una colina natural con una plataforma en forma de mesa sobre la que se levantó el primer Templo de Salomón, y que actualmente alberga la mezquita de al-Aqsa y la Cúpula de la Roca (ambas construidas entre finales del siglo vii y principios del viii, en la llamada Explanada de las Mezquitas), además de algunos restos del segundo Templo o Templo de Herodes. En sus orígenes, el templo allí levantado dominaba la que ya era capital del reino de Israel, Jerusalén, y los judíos lo consideraban el emplazamiento más sagrado de la creación, pues fue allí donde Yahvé formó del polvo al primer hombre, e Isaac estuvo a punto de ser sacrificado por su padre, Abraham (creencia compartida con los cristianos y los musulmanes, aunque para estos últimos el hijo de Abraham no es conocido como Isaac, sino como Ismael). 

    El reino de Israel había sido heredado por Salomón de su padre, el gran rey David, tercer monarca de Israel entre 1010 y 965 a. C. aproximadamente, cuyas posesiones abarcaban desde la frontera con Egipto al Éufrates, e incluían ciudades tan importantes como Damasco. Así pues, y continuando la obra comenzada por su padre el rey David, Salomón decidió construir un gran edificio religioso que tomó su nombre y se mantuvo en pie cuatrocientos años, hasta que los babilonios, liderados por Nabucodonosor II, lo destruyeron tras conquistar Israel y saquear Jerusalén en 587 a. C. Como consecuencia de esta derrota, miles de israelitas fueron llevados como esclavos a Babilonia (parte del actual Iraq), en el conocido como exilio babilonio de los judíos. 

    Pero Babilonia fue a su vez conquistada por los persas pocas décadas más tarde, momento en el que el rey persa Ciro permitió el retorno de los israelitas a Judea, y concretamente a su capital, Jerusalén: se calcula que cerca de cuarenta mil volvieron a su tierra, donde se restablecieron no sin antes imponerse a los nuevos habitantes de aquellos enclaves. El rey Ciro además nombró gobernador de Judea a Zorobábel, el israelita que guio a sus compatriotas en el regreso desde el Éufrates al Jordán. A su vez, este Zorobábel (que como Ciro, Salomón o David es personaje histórico y bíblico) puso los cimientos en torno a 515 a. C. de un nuevo templo, el segundo, con la intención de recuperar lo que históricamente había sido el espacio sagrado de los israelitas en Jerusalén. 

     Siglos más tarde, y tras varias peripecias (Israel cae bajo Alejandro Magno, luego bajo los egipcios, se sucede la revuelta maca bea, llegan los romanos…) es Herodes el Grande, rey de Judea, quien entre el 37 y el 4 a. C. lo reconstruye y amplía. Durante este periodo se convierte en centro de peregrinaje para los judíos de todo el Imperio romano, en un anticipo de aquello en lo que Jerusalén se convertiría más tarde para los cristianos. Este segundo templo (el Templo de Herodes) es el que debió de conocer el Jesucristo histórico y al que se hace referencia en los Evangelios (recuérdese el episodio de la expulsión de los mercaderes del Templo en Marcos 11, 15-18), además de que Jesucristo parece profetizar su destrucción (en Mateo 24-2, y en Marcos 13-2: «No quedará piedra sobre piedra»), con lo que se trata de un edificio que ya ocupa un lugar preferente en la historia del cristianismo. 

     Finalmente, como consecuencia de la revuelta de los zelotes —la conocida como «gran revuelta judía», o «primera guerra romano-judía» de los años 66 a 73—, fue profanado y destruido por el general romano Tito, quien llegaría a ser emperador en el año 70 de nuestra era (recordemos, por cierto, que la construcción del Coliseo romano fue financiada con las riquezas expoliadas del Templo de Herodes). 

   Solo con este somero resumen nos podemos hacer una idea de la importancia que el Templo, y su histórico emplazamiento durante siglos en la explanada del Monte, tuvo para los judíos y, por extensión, para los cristianos, quienes hicieron de la historia judía parte de su credo a través de los libros del Antiguo Testamento y del origen judío de Jesús «el Galileo». Pero, ¿qué hay de los musulmanes? Porque los conflictos a los que la Orden del Temple pretende hacer frente a partir de su creación a principios del siglo xii tienen que ver con la disputa entre musulmanes y cristianos de un espacio a la vez real y simbólico, Jerusalén, que ambos consideran igualmente sagrado. De nuevo, la historia de las tres religiones en Jerusalén está, como veremos, casi indisolublemente unida. Pero precisamente por ello no conviene que nos detengamos aquí, sino que sugiero seguir avanzando en la historia. 

    Como es bien sabido, en 313 el emperador romano Constantino se convierte al cristianismo, y con él todo el Imperio romano. No es tan conocido, en cambio, que su madre, Elena, poco después visitó Jerusalén y ordenó demoler el templo de Venus que el emperador Adriano había construido en el monte Gólgota o Calvario ocultando el conocido como Santo Sepulcro. Elena (o santa Elena para los cristianos ortodoxos), además de haber encontrado la Santa Cruz (la Lignum Crucis, sobre la que se creía que Cristo había sido crucificado) y la Sábana Santa (la Síndone, el lienzo en el que según la tradición fue envuelto tras expirar en la cruz), mandó construir la iglesia del Santo Sepulcro en ese preciso emplazamiento. 

    Pero, a pesar de que estos acontecimientos parecían sugerir un uso primero judío y luego exclusivamente cristiano de la ciudad santa, ya en 615 se registran visitas de musulmanes a Jerusalén por motivos religiosos. En primer lugar, conviene no olvidar que varios personajes ligados a Jerusalén tienen enorme importancia en el islam: los profetas David, Salomón y, sobre todo, Jesús (al que los musulmanes consideran el más importante profeta hasta la llegada de Mahoma) vivieron y murieron en esta ciudad. Jerusalén fue, por este motivo, la primera alquibla, esto es, el punto del horizonte en dirección al cual Mahoma indicó que los musulmanes habían de rezar. Tras comprobarse la imposibilidad de convertir a los judíos, se cambió la dirección del rezo hacia la Kaaba de La Meca. Finalmente, en 620 (621, según algunas fuentes) el Corán narra cómo se produce el isrâ (o, más correctamente, al-’Isrā’ wal-Mi‘rāj), el viaje nocturno de Mahoma desde La Meca a Jerusalén, seguido de su ascenso a los cielos y su regreso al Mundo, a lomos del caballo celestial Buraq. Desde entonces, este episodio, que es artículo de fe central del islam, convierte a Jerusalén en ciudad santa para los musulmanes, como antes lo había sido para judíos y cristianos, y pasa a ser codiciada por las potencias musulmanas de la zona. 

    Así, en 614 Jerusalén es conquistada por los persas sasánidas, y en 637 por el segundo califa de los musulmanes, Omar ben alJattab. Una sucesión de pueblos y estados musulmanes (omeyas, abasidas, fatimíes…) hace que el acceso a la ciudad para los cristianos oscile de la tolerancia fatimí (ya en el siglo viii, Carlomagno había conseguido llegar a acuerdos con las autoridades musulmanas que permitieron el acceso de peregrinos cristianos a Jerusalén, y algunos califas autorizan obras cristianas y visitas de peregrinos cristianos en 1042) a la intransigencia selyúcida, que se impone desde su conquista en 1073. 

    En el siglo xi, dos imperios musulmanes se reparten el Mediterráneo oriental: los selyúcidas en Damasco, y los fatimíes en El Cairo. A finales de este siglo, en 1095, y ante el hostigamiento creciente sufrido por los cristianos (los residentes y los peregrinos), que ya no son bienvenidos en Jerusalén, el papa Urbano II convoca a todos los cristianos de Occidente a recuperar los Santos Lugares a través de la primera cruzada. No podemos obviar, sin embargo, que la decisión del Papa, más allá de los propósitos evangélicos y políticos de la Santa Sede, también había estado directamente influida por una carta enviada por el emperador bizantino Alejo I en la que, ante el imparable avance musulmán, pidió ayuda de forma desesperada a los reinos cristianos a través de Urbano II. Las cruzadas fueron campañas, o expediciones, militares alentadas (con frecuencia convocadas) por el Papa, que durante doscientos años, entre 1095 y 1291, con la caída de San Juan de Acre (o quizá antes, en 1272, con la retirada de Eduardo I de Inglaterra), intentaron expulsar a los musulmanes de Tierra Santa (localización que equivale hoy día a los actuales territorios palestinos, Israel y partes de Siria, Egipto e Irak). Nótese —aunque volveré sobre esto— que la existencia del Temple coincide casi año por año con la actividad de los conocidos como «cruzados». Estos, que recibían su nombre de la cruz que llevaban cosida sobre sus vestiduras, pertenecían mayoritariamente —sobre todo durante la primera cruzada— al reino de Francia y a los condados de Borgoña, Normandía, Bretaña y al condado de Tolosa, y de aquí que los musulmanes, en escritos y documentos de la época, se refirieran a ellos de forma genérica como «francos». 

    Aunque se pueden contabilizar hasta nueve cruzadas (y esto sin tener en cuenta episodios semi-legendarios o directamente ficticios, como la cruzada de los niños, o la de los pastores), lo cierto es que solo se consideran realmente significativas las cuatro primeras. La primera cruzada tuvo lugar entre 1096 y 1099 y concluyó con la victoriosa y sorprendente toma de Jerusalén por parte de los cruzados, liderados espiritualmente por Pedro el Ermitaño y militarmente por un grupo de nobles de segundo rango: entre otros, Godofredo de Bouillón y su hermano Balduino (más tarde conde de Edesa), quienes alcanzaron la dignidad de reyes de Jerusalén, además del conde provenzal Raimundo de Tolosa (cuyos descendientes, simpatizantes de los cátaros, veremos que sufrieron una suerte similar a la de los templarios siglos después). Este ejército, tras conquistar Edesa y Antioquía en 1098, consiguió rendir Jerusalén en 1099. 

    Es a raíz de este triunfo cristiano que se instaura la Orden del Temple. Casi inmediatamente después de la conquista de Jerusalén, y considerando que su misión había finalizado en sentido estricto (expulsar a los musulmanes de los Santos Lugares), la mayor parte del ejército cruzado, y muchos de sus líderes, regresaron a sus feudos en Francia o Alemania. En Tierra Santa quedó pues un contingente muy reducido, claramente insuficiente para defender las conquistas realizadas e incapaz de proteger a los numerosos peregrinos que se dirigían en gran número hacia Jerusalén procedentes de Jaffa. De aquí surge, como ya adelantamos y volveremos a ver, la Orden del Temple.

     La segunda cruzada, que se desarrolló entre 1147 y 1149, estuvo motivada por la caída en manos musulmanas del Condado de Edesa, que era uno de los estados feudales creados por los cruzados, los llamados Estados Cruzados, y que, junto a Edesa, consistían en el principado de Antioquía, el condado de Trípoli y, claro, el reino de Jerusalén. En esta cruzada, que fue alentada por el papa Eugenio III, participaron figuras de mayor importancia que en la primera, como el rey Luis VII de Francia o Conrado III de Alemania, y, sobre todo, se incorporó de forma significativa, lo que tiene especial interés para nosotros, la Orden del Temple, que tomó parte como tal en las principales batallas.

     El segundo gran maestre templario, sucesor del fundador Hugo de Payens, fue Roberto de Craon (también conocido como Roberto Borgoñón), que murió en 1147, justo cuando comenzaba la segunda cruzada. Su sucesor, Everardo de Barris, fue quien organizó el Temple para convertirse durante esta campaña en una impresionante máquina militar: el primer ejército permanente del mundo occidental. Y, a diferencia de los cruzados, los templarios eran militares profesionales bien equipados y mejor entrenados, seguían una estricta disciplina y prescindían de toda comodidad (las quejas de los cruzados eran frecuentes, lo que mermaba su combatividad y disciplina), pues su vida consistía —en paz o guerra— en una durísima rutina de ejercicio militar, en la ausencia de ataduras o lujos y en un total desinterés por la integridad física o la conservación de la propia vida. Los templarios no esperaban ser rescatados, no rehuían el combate (excepto si la proporción de enemigos superaba cuatro a uno), no daban cuartel y, frecuentemente (aunque no siempre), respetaban al enemigo (no mataban niños o ancianos, ni practicaban violaciones o torturas). Conocían el terreno como nadie en el bando cristiano e incluso se podían comunicar con el enemigo y, al parecer, adoptaban algunas de sus costumbres, acabando por aprender árabe. Todo esto los convertía en auténticas fuerzas de élite que, a pesar de ser ingobernables para cualquiera que no perteneciera a la orden (solo respondían de sus actos ante sus superiores, y el gran maestre templario ante el Papa), resultaban imprescindibles para combatir a los musulmanes en plazas principales como San Juan de Acre, Ascalón, Jaffa o la propia Jerusalén.

   Por otro lado, eran conocidos por su altanería, que les conducía a veces a cometer errores terribles. El sitio de Ascalón, en 1153, entre la segunda y la tercera cruzadas, es un buen ejemplo: si por un lado la ayuda de los templarios fue crucial para tomar la ciudad, estos —liderados por su cuarto (o quinto, si contamos a Hugo Jofre) gran maestre, Bernardo de Tremelay— realizaron una trágica imprudencia: cuarenta de ellos penetraron en la ciudad por una brecha de la muralla, impidiendo por la fuerza que otros cruzados les siguieran para así asegurar la gloria de la orden ante la previsible victoria. Los cuarenta templarios cayeron en una trampa, fueron rápidamente reducidos por los defensores musulmanes, a continuación ejecutados, y sus cadáveres fueron expuestos durante días en las murallas.

   La segunda cruzada se caracterizó por la enérgica respuesta de diversas casas reales, y esto tuvo mucho que ver con las persuasivas prédicas de Bernardo de Claraval, a quien ya introduje anteriormente como una de las figuras más importantes no solo de la historia del Temple, sino también de la Europa de la época. De especial relevancia fue sin duda su alegato llamando a la segunda cruzada el 31 de marzo de 1146 en Vézelay, ante el rey de Francia Luis VII y su extraordinaria esposa, la culta, poderosa e inteligente Leonor de Aquitania. El propio monarca francés quedó tan persuadido que él mismo decidió tomar parte en la cruzada y, a diferencia de Conrado III, fue firme defensor del Temple. El futuro san Bernardo, monje cisterciense y abad de Claraval, expandió el Císter de forma imparable e influyó notablemente en la política del siglo xii.

    Pero es que su importancia directa en el desarrollo de la Orden del Temple fue enorme: convocó el Concilio de Troyes, en el que se redactó, basándose en la Regla del Císter, la regla, o estatutos, del Temple, código de conducta espiritual y práctico que determinó el funcionamiento de la orden y el comportamiento de los templarios a lo largo de los siguientes doscientos años.

    Por lo demás, la segunda cruzada fue un fracaso (el propio Luis VII pronto regresaría a Francia) que culminó con el desastre de la fallida toma de Damasco en 1148. No obstante, los cruzados tomarían parte —a cambio de sustanciosas recompensas materiales y espirituales— en la conquista de Lisboa en 1147, ya que, como veremos más adelante, recalaron en Portugal de camino a Palestina. Esta participación activa de los cruzados —y de los templarios— en la Reconquista peninsular, elevada por el papa Eugenio III a la categoría de cruzada, tendrá una gran importancia en el desarrollo ulterior del Temple en España y Portugal.

Castillo templario de Ponferrada (León)

    Que, a diferencia de la primera, esta segunda cruzada resultara un fiasco tuvo consecuencias que trascendieron lo militar o político. La guerra santa contra los infieles, convocada por el Papa y justificada moralmente —como veremos— por diversas autoridades cristianas, no podía salir mal, pues se luchaba por la Cristiandad: si fracasaba, como sucedió en este caso, tendría que deberse a que los combatientes cristianos no se habían hecho merecedores de la ayuda divina. Y aquí, tras usar por primera vez el concepto «guerra santa», creo que es necesario hacer una aclaración. Tal vez asociar esta denominación a una empresa cristiana pueda parecer excesiva para algunos lectores: normalmente relacionamos este término con la yihad o guerra santa musulmana, y resulta difícil vincular una religión, que de acuerdo con los Evangelios es una fe que predica la paz, con tal concepto; esto es, se trataría de un oxímoron o contradicción en términos. En este sentido se podría aducir que también es el islam una religión que predica el amor al prójimo y la paz. Pero es que, si leemos estas palabras de Bernardo de Claraval en su Elogio de la nueva milicia templaria (sobre el que volveré más adelante), veremos con claridad que, en pleno siglo xii, la de «guerra santa» es una denominación adecuada (juzgue en todo caso, y como siempre, el lector):
¡Con cuánta gloria vuelven los que han vencido en una batalla! ¡Qué felices mueren los mártires en el combate! Alégrate, valeroso atleta, si vives y vences en el Señor; pero salta de gozo y de gloria si mueres y te unes íntimamente con el Señor.

   Bernardo de Claraval, para quien era preferible «una muerte santa» a una «gloriosa victoria» se repuso pronto del fracaso de la segunda cruzada e intentó organizar una tercera, pero murió antes de poder ponerla en marcha.

    La tercera y cuarta cruzadas tuvieron menos relevancia en lo relativo al papel del Temple y su desarrollo. La tercera (1189- 1192), o «cruzada de los reyes», estuvo compuesta por monarcas tan afamados como Ricardo I de Inglaterra, Felipe Augusto de Francia o el emperador Federico Barbarroja, si bien este murió en 1190 antes de llegar a las puertas de Jerusalén. Esta cruzada, que levantó grandes expectativas, surgió como reacción a la caída de, primero, Damasco a manos de Nur-al-Din, gobernador de Alepo, en 1154. El sucesor de este fue Saladino, que tomó Jerusalén en 1187. Saladino (Al-Nāsir S. alāh ad-Dīn, 1137-1193), líder suní de origen kurdo, era un excepcional estratega que tuvo el acierto de unir a los musulmanes para hacer frente a los cristianos, que hasta entonces se habían beneficiado de su desunión. Noble y caballeroso en la victoria (algo que los templarios admiraban especialmente), Saladino había sido nombrado sultán de Egipto cuando ya lo era de Siria, con lo que sus dominios envolvían geográficamente a los Estados Cruzados. Aprovechando el caos que siguió a la fracasada segunda cruzada, Saladino avanzó sobre Jerusalén derrotando a los cristianos en 1187 en la legendaria batalla de los Cuernos de Hattin (en Galilea) y, meses después, el 2 de octubre de 1187, conquistó Jerusalén.

    Conviene ahora hacer notar que, a pesar de su legendaria fama, los freires templarios no eran ni militarmente infalibles ni mucho menos invencibles. Más adelante volveremos sobre esto, pero por ahora baste con señalar que en la derrota de Hattin tuvo mucho que ver, por su ineptitud, el gran maestre del Temple Gérard de Ridefort. Este, al mando de las tropas cristianas, tomó la nefasta decisión (en contra de la opinión de otros líderes cristianos) de atacar la ciudad de Tiberíades en vez de esperar al ejército rival. Esto supuso dejar expuesto al ejército cruzado, que tuvo que atravesar una llanura de terreno muy seco y de difícil avance, lo que dio la victoria a Saladino. Además, alrededor de Ridefort, uno de los templarios más representados en la cultura popular debido a sus enfrentamientos con Saladino, aparecieron sospechas de corrupción relativas a la fortuna enviada por Enrique II de Inglaterra. Tras ser capturado y liberado por Saladino (a cambio de conseguir la rendición de una fortaleza templaria como pago por su libertad), cayó de nuevo en manos de los musulmanes, siendo esta vez decapitado por orden de su gran rival...



 ÍNDICE

Prólogo: El testamento del rey Batallador ......................................... 21 
¿Qué es un castillo? .......................................................... ............... 27 

LA ORDEN DEL TEMPLE 

1. Origen, evolución y organización de la Orden del Temple............. 33 
Aparece la Orden del Temple ............................................................ 33 
Jerusalén, el Templo de Salomón y las cruzadas............................... 37 
Constitución de la Orden del Temple.................................................. 48 
Organización de la Orden del Temple................................................. 52 
Los templarios en la batalla ................................................................ 56 

2. Los templarios y el dinero................................................................ 63 

3. Expansión del Temple: de Oriente a Occidente .............................. 69 
El Temple en Tierra Santa.................................................................... 71 
El Temple en Occidente: la Reconquista ............................................ 76 

4. ¿Una herejía encubierta................................................................... 93 

5. La caída del Temple ........................................................................ 99 

6. «Conspiranoias» ........................................................................... 109 


CASTILLOS TEMPLARIOS EN LOS ANTIGUOS REINOS DE ESPAÑA 

7. Los castillos templarios ................................................................. 115 

8. Castillo de Monzón (Huesca)......................................................... 125 
«Como si nunca hubiera existido»..................................................... 125 
Llegan los templarios......................................................................... 126 
El niño-rey y el maestre templario ..................................................... 130 
Una sobria grandeza ......................................................................... 135 
El final (24 de mayo de 1309)............................................................. 138 

9. Castillo de Chalamera (Huesca)..................................................... 145 
Entre la ciudad del hombre y la ciudad de Dios.................................. 145 
Chalamera y los templarios ................................................................ 147 
Las dos ciudades, otra vez.................................................................. 152 

10.Castillo de La Zuda de Tortosa (Tarragona) ................................... 157 
Los condes de Barcelona y los templarios........................................... 157 
La conquista de Turtusha .................................................................... 160 
La fortaleza entre el Ebro y el Mediterráneo........................................ 163 
La entrega de Tortosa y su castillo ...................................................... 165 

11.Castillo de Chivert (Castellón)......................................................... 169 
Castillo, villa, encomienda.................................................................... 169 
Convivencia esculpida en piedra.......................................................... 173 

12.Castillo de Peñíscola (Castellón) .................................................... 179 
Lo pus honrat logar............................................................................... 179 
La toma de Peñíscola........................................................................... 181 
Mirando a Tierra Santa......................................................................... 183 

13.Castillo de Miravet (Tarragona)....................................................... 191 
 «Me llamo Ramón Saguardia, caballero, preceptor de la casa de Masdéu,
 de la Orden de la Caballería del Temple» .......................................... 191 
El castillo de Miravet y la Reconquista del Levante ............................ 193 
Capital de musulmanes y cristianos .................................................... 196 

14.Castillo de Corbins (Lérida) ............................................................ 205 
Encuentro en Gerona, noviembre de 1143: 
antecedentes y (algunas) consecuencias............................................ 205 
Ramón Berenguer IV, los Papas y los templarios ............................... 208 
El «castillo de las Aventuras» .............................................................. 210 

15.Castillo de Gardeny (Lérida) ........................................................... 217 
Entre almorávides, cristianos y almohades.......................................... 217 
La Lérida templaria .............................................................................. 219 
Una fortaleza (casi) occitana ............................................................... 221 
Gardeny, entre la historia y la leyenda ................................................ 223 

16.Castillo de Ucero (Soria) ................................................................ 229 
Matrimonio y guerra civil: el rey Alfonso y la reina Urraca................... 229 
Los templarios en Ucero de Soria ....................................................... 232 
El castillo del Cañón del Río Lobos...................................................... 235 
En el centro… de algo.......................................................................... 237 

17.Castillo de Ponferrada (León)......................................................... 243 
La «antigua institución» del templario ................................................. 243 
El Camino de Santiago, como el de Jerusalén .................................... 246 
Un puente de hierro sobre el río Sil...................................................... 250 
Los últimos templarios del Bierzo ........................................................ 253 

18.Castillo de Alba de Aliste (Zamora)................................................. 259 
El Temple en Portugal, León y Zamora................................................ 259 
Historia y función del castillo ............................................................... 263 
Entre Zamora, Portugal y al-Ándalus................................................... 264 
El ocaso de Alba de Aliste.................................................................... 266 

19.Castillo de Alcañices (Zamora)........................................................ 271 
Tierra de frontera.................................................................................. 271 
El Tratado de Alcañices........................................................................ 273 
La villa es el castillo ............................................................................. 274 
El final .................................................................................................. 275 

20.Castillo de Montalbán (Toledo)........................................................ 281 
De Alarcos a Las Navas de Tolosa: «En un monte, cerca de Jaén».... 281 
Montalbán, entre la Orden del Temple y la de Calatrava.......................289 
Acogiendo al «ejército de Dios» ........................................................... 294 

21.Castillo de Calatrava (Ciudad Real)................................................. 299 
El fiasco de la fortaleza de Calatrava.................................................... 299 
La Orden de Calatrava ......................................................................... 300 
Los templarios y Calatrava: fiasco militar o pacto político .................... 304 
El castillo y la villa de Calatrava La Vieja .............................................. 310 

22.Castillo de Capilla (Badajoz)............................................................. 317 
Los almohades, Fernando III y los templarios....................................... 317 
«Quen na Virgen grorïosa esperança mui grand’ á» ............................ 321 
«Fortísimo e populoso» castillo ............................................................ 324 
El (triste y pacífico) final......................................................................... 326 

23.Castillo de Fregenal de la Sierra (Badajoz) ...................................... 331 
Las campañas del Tajo, del Guadiana y del Guadalquivir...................... 331 
«Freyres buenos» y «freyres errados»................................................... 333 
Una fortaleza en la villa amurallada ....................................................... 337 

24.Castillo de Jerez de los Caballeros (Badajoz)...... 343 
La campaña extremeña de Alfonso IX de León 
y la encomienda de Jerez-Ventoso ........................................................ 343 
Jerez, llamada «la de los Caballeros».................................................... 346 
Xere Equitum, la de las seis puertas....................................................... 352 
 De los «Tristes silbidos de la Torre Sangrienta» 
al «Valle de los Moros Muertos».............................................................. 353 

25.Castillo de Caravaca de la Cruz (Murcia)........................................... 359 
La región de las tres fronteras................................................................. 359 
Llegan los templarios............................................................................... 362 
El principio del fin..................................................................................... 365 
De Jerusalén a Caravaca: el Lignum Crucis............................................ 367 

26.Castillo de Castellote (Teruel) ............................................................ 373 
Castellote templaria, entre señores y reyes ............................................ 373 
La encomienda templaria de Castellote................................................... 375 
Un castillo «enriscado» ........................................................................... 378 
El final de los templarios de Castellote.................................................... 379 

27.Castillo de La Iruela (Jaén)................................................................. 385 
¿Un castillo templario?............................................................................. 385 
El Temple en Andalucía ........................................................................... 387 
De Las Navas al «Pacto de Jaén»........................................................... 388 
Templarios en el Santo Reino................................................................... 393 Epílogo...................................................................................................... 397 

Notas ........................................................................................................ 403 

Bibliografía ................................................................................................ 433 
Bibliografía general sobre la Orden del Temple......................................... 435 
Bibliografía de Reconquista y los reinos hispánicos S. xii, xiii y xiv .......... 439 
Bibliografía sobre encomiendas y castillos templarios............................... 443
Índice onomástico ..................................................................................... 449




  Jesús López-Peláez Casellas es doctor en Filología por la Universidad de Granada y catedrático de Filología Inglesa de la Universidad de Jaén, donde dirige en la actualidad el Departamento de Filología Inglesa y un Grupo de Investigación en Anglística. Investigador principal de Proyectos de I+D, el profesor López-Peláez es también director de la Colección «Estudios literarios» de la Editorial Universidad de Jaén. Profesor e investigador invitado en diversas universidades y centros de investigación de los Estados Unidos y Europa (entre otros, la Folger Shakespeare Library en Washington D. C.), es autor de varias decenas de artículos y libros sobre literatura e historia de los periodos medieval y renacentista español e inglés, que han aparecido en revistas y editoriales académicas nacionales y, fundamentalmente, internacionales. Además, es Miembro Correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (Nueva York, Estados Unidos).




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