miércoles, 4 de marzo de 2020

OCULTAS e IMPECABLES, LAS SINSOMBRERO 2


            Tània Balló da continuidad a su proyecto de las Sinsombrero en un segundo libro con las vidas de siete mujeres formidables que tuvieron que lidiar con la represión durante los años del franquismo aunque la censura a las mujeres ha sido una pandemia anterior y, si no se media, con síntomas crónicos: 
- Carmen Conde (Cartagena, 1907-Madrid, 1996) 
- Delhy Tejero (Toro, 1904-Madrid, 1968)
- Lucía Sánchez Saornil (Madrid, 1895- Valencia, 1970)
- Consuelo Berges (Ucieda, Cantabria, 1899-Madrid, 1988)
- Margarita Ferreras (Alcañices, Zamora, 1900-¿?)
- Rosario de Velasco (Madrid, 1904-Sitges, 1991)
- Elena Fortún (Madrid, 1886-1952)




Ninguna de las que aparecen se corresponden con las mujeres presentadas en el libro




Margarita Ferreras





       Nos encontramos ante autoras para quitarse el sombrero y una de ellas Elena Fortún se hizo muy popular con su serie de Celia que fue referencia infantil desde el diario ABC y las andanzas y aventuras de su protagonista pasaron a ser publicadas. Esta segunda entrega se inicia con Carmen Conde, quien será la primera mujer en ocupar un sillón en la Real Academia de la Lengua, eso sí, fallecido el dictador; Margarita Ferreras, miembra del Lyceum Club y del Ateneo de Madrid con una única obra Pez en la tierra (1932) pues se pierde en la locura; 
 Delhy Tejero fue pintora que se codeó en el surrealismo y, en 1953, es la única mujer presentada en la exposición de arte abstracto de Santander, donde se encuentran Antonio Saura y Miralles; Rosario de Velasco no dejó de pintar como fiel defensora de José Antonio Primo de Rivera

 A la poeta Lucía Sánchez Saornil, creadora del ultraismo, de la que fue la única poeta, firmaba con seudónimo masculino Luciano San-saor. Lucía trabajó de telefonista pero su vocación fue de periodísta y escritora, publicando en QuijotesUltraGrecia, La Gaceta Literaria. Funda la Federación de Mujeres Libres de la CGT, en 1936, que llegó a agrupar a 20.000 afiliadas que reivindican el feminismo. Alcanza el cargo de secretaria de Solidaridad Internacional Antifascista. Le perturbó su clandestinidad durante el franquismo. Una mujer anarcosindicalista que desaparece…; Consuelo Berges sufrió dos exilios: con la dictadura de Primo de Rivera se fue a América Latina y en el franquismo a Francia. A su retorno la prohíben publicar y se dedica a la traducción de Flaubert, Proust y Stendhal.

Consuelo Berges



     Ocultas e impecables recupera el legado y los avatares de aquellas Sinsombrero (las intelectuales y artistas de la Generación del 27) que por diversas razones tuvieron que acomodarse al papel que les deparaba el franquismo. Mientras sufrían el terrible exilio interior, desde un ostracismo casi absoluto, fueron capaces de asumir una labor que ha sido fundamental en la historia social, política y cultural de nuestro país. Un Estado que nunca las reivindicó.



Delhy Tejero
Rosario de Velasco
                       


                   Mujeres beligerantes, curtidas, brillantes cada una en su disciplina, se adaptaron a las circunstancias para lograr ser quienes querían ser, aun bajo otras identidades o asumiendo una doble vida, una de cara a la sociedad represiva y, otra, libre pero oculta.



   Con su fe inquebrantable en el futuro, su trabajo y su ejemplo, ellas y otras muchas anticiparon, e hicieron posible, a las mujeres de hoy. Es fácil quitar a alguien de la foto, eliminarla para que no pase a ser conocida su obra creativa.


Puede consultar disponibilidad en el correo:  

                   


   Mostramos el primer capítulo que permite la editorial Espasa que se corresponde con Carmen Conde, la primera mujer que ingresa en la Academia de la Lengua en 1979. De los 483 miembros tan solo 11 son mujeres. En torno a su biografía, su creación y la correspondencia gira este episodio.
      
        Fue todo un acontecimiento, aunque no exento de polémica. Junto a su candidatura estaba la de Rosa Chacel, parece que la elección fue una dura batalla entre los académicos a favor de una o de la otra. Al final ganó Carmen, la primera mujer, la primera —y perdón por la repetición, pero quiero así transmitir mi asombro— de una institución creada en 1713 y que, hasta ese momento, había nombrado nada más ni nada menos que a cuatrocientos cinco académicos, todos hombres. Ni una sola mujer en sus casi trescientos años de historia. Y no será, como ya sabemos todos, por falta de personalidades femeninas que de sobra se lo merecían: Rosalía de Castro, Emilia Pardo Bazán, Carmen de Burgos, María de la O Lejárraga o la misma Rosa Chacel, se me ocurren así sin pensar mucho.

                                  
Investidura de Carmen Conde en la RAE, 28 de enero de 1979



   Pero no se vayan a creer que con los nuevos tiempos esto se ha resuelto y a día de hoy todo está más equilibrado, pues no. Desde 1979, han ingresado setenta y ocho académicos más. De ellos, sólo diez son mujeres: Elena Quiroga de Abarca (1984), Ana María Matute (1998), Carmen Iglesias (2002), Margarita Salas (2003), Soledad Puértolas (2010), Inés Fernández-Ordóñez (2011), Carme Riera (2013), Aurora Egido (2014), Clara Janés (2016) y Paz Battaner (2017). Queramos o no, este tipo de acciones son las que han favorecido, durante siglos, el menosprecio del talento de las mujeres en la esfera cultural. Obviamente, no todo es responsabilidad de la Real Academia, pero no ayuda su falta de equidad.

   Pero bien, volvamos a Carmen. Ante este más que merecido reconocimiento, podríamos pensar que la figura de la poeta cartaginense no sufrió el olvido que sí cayó sobre gran parte de las artistas e intelectuales coetáneas. Es un hecho que la figura de Carmen Conde mantiene un espacio permanente en la consideración intelectual y literaria de este país, como María Zambrano y Rosa Chacel. Son autoras reconocidas. Pero aun así, su no inclusión en el relato establecido y socialmente divulgado acerca de la generación del 27 no les ha permitido gozar de popularidad. Por lo cual, como Chacel y Zambrano, Conde también forma parte de la nómina de creadoras olvidadas.

Biografía de C. Conde.  

   Decidir cómo abordar la figura de Carmen Conde en este capítulo me ha llevado un tiempo. Y no es por falta de información sobre ella. Todo lo contrario. Carmen publicó hasta el final de sus días y sobre ella existen varios estudios y publicaciones que nos acercan a su vida y su legado. No podemos negar que el ingreso en la Academia supuso un salto a una cierta popularidad momentánea y el interés por su vida y obra se disparó. Por ejemplo, en 2007, José Luis Ferris publicó la biografía Carmen Conde. Vida, pasión y verso de una escritora olvidada, y que es de obligatoria lectura para cualquiera con ansias de conocer en profundidad la vida de la poeta murciana. Y no sólo eso, en 1994, en Cartagena, su ciudad natal, se instituyó el Patronato Carmen Conde - Antonio Oliver, nombre este último del que fuera su marido, también poeta. Dicha institución custodia el archivo personal y artístico del matrimonio. No creo equivocarme si digo que dicho fondo es uno de los mejores corpus testimoniales sobre la generación del 27 y los movimientos culturales surgidos a lo largo de casi todo el siglo xx en España. Compuesto por manuscritos literarios (algunos inéditos), diarios, documentos personales, un increíble epistolario con casi treinta mil cartas, fotografías, una inmensa biblioteca y una importante hemeroteca, con algunos ejemplares de revistas, hoy difíciles de encontrar. Inabarcable.

   Con todo ello, una puede tener la sensación de que poco más se puede añadir al conocimiento de esta autora. Varias han sido las horas en las que, contemplativa ante la pantalla del ordenador, me he preguntado por qué me resultaba tan difícil abordar esta figura. ¿Quién es para mí Carmen Conde? Pero un día, lo entendí. Y entonces la euforia me invadió. Tuve como una revelación: Carmen Conde fue un importante espacio compartido entre las Sinsombrero durante los años de la dictadura y el exilio. Me explico.


   A diferencia de otros autoras y autores, en los que la construcción y supervivencia de su archivo personal se debe al orden y perseverancia de terceras personas, en el caso de Carmen Conde, fue ella misma quien, de forma absolutamente consciente, fue guardando cada escrito, carta, fotografía, publicación, etc., que acompañaba su existencia. La correspondencia que mantuvo con gran parte de la intelectualidad que formó parte de la edad de plata es muy temprana. Y no, esa voluntad no se debe a que, como me sugirió un innombrable, como buena mujer tendió a guardarlo todo. Sino porque Carmen Conde fue muy consciente de que su generación iba a hacer historia. Este premeditado gesto de salvaguardar la memoria nos permite conocer hoy, a través de una amplia correspondencia, cómo Conde fue tejiendo una red entre aquellas autoras en el exilio y las que se quedaron en esta España amordazada. Una correspondencia que había empezado antes de la guerra en la mayoría de los casos y que la poeta murciana mantiene a pesar de la diáspora generalizada. Por desgracia, dicho epistolario es amplio en las respuestas, pero escaso en las misivas enviadas por Conde, ya que no todas las remitentes guardaron sigilosamente sus cartas. Pero, aun así, podemos deducir el contexto y la conversación. Cartas con Concha Méndez, Ernestina de Champourcín, María Teresa León, María Zambrano, Rosario de Velasco, Elena Fortún, Justina Ruiz de Conde, Clemencia Miró, Zenobia Camprubí, Consuelo Berges y María Cegarra, entre muchas otras.


   Leer dicha correspondencia, insisto, no sólo la que comprende el periodo dictadura/exilio, te permite conocer en profundidad esa habitación propia que tanto favoreció a nuestras Sinsombrero en su proceso creativo y su conciencia generacional. Durante el periodo de posguerra y hasta llegada la democracia, Carmen Conde se encargó de mantener unidas en un invisible, pero necesario, espacio común a todas aquellas mujeres a quienes admiraba. Desde la distancia les supo transmitir un anhelo de esperanza, mostrando que, a pesar del peso de una terrible dictadura, el espíritu de libertad, que todas ellas compartieron, seguía intacto, aunque oculto. Ahora, tantos años después, las y los que admiramos a esas mujeres tenemos la gran suerte de poder leerlas, entenderlas, compartirlas. Y podemos porque Carmen Conde dedicó una buena parte de su vida a preservar ese legado imprescindible.
                    

   Carmen Conde Abellán nació en Cartagena en 1907. Sus padres, Luis Conde y María Paz Abellán, recibieron con esperanza e inmensa ilusión el nacimiento de su segunda hija. Su matrimonio no había sido un camino de rosas. Se casaron en 1893, contra la voluntad familiar, que veía en la juventud de los novios un inconveniente: él contaba diecinueve años y ella catorce y poco más. Al poco de casarse, en 1896, se declara la guerra de Cuba y Filipinas y Luis Conde es llamado a filas. María Paz por aquellos meses estaba ya embarazada de su primera hija, Magdalena, que nació en 1897.


   Sorprendentemente, María Paz Abellán dejó testimonio de lo que supuso el nacimiento de su primogénita en unos escritos autobiográficos, que su hija Carmen guardó cuidadosamente y que custodia su archivo:

El 19 de marzo de 1897 nació mi hija Magdalena. Mi marido, por estar más cerca de mí, pudo conseguir que le destinaran a la zona de Orihuela […]. Tenía que solucionar mi vida vendiendo alhajas y ropa de las que mi madre me había dado al casarme, con tantas penas que me quedé sin leche para poder criar a mi pequeña. […] Vendí todos los muebles y me fui a Orihuela, ¿para qué estar en Cartagena si mi familia no hacía caso de mí? […] A los nueve meses de nacer, me quedé sin mi hija. Yo tenía entonces dieciocho años y estaba cansada de vivir.

   Impactante anotación, ¿no? Bien, pues al poco de morir Magdalena, Luis es enviado de nuevo a Filipinas. No me puedo imaginar el desgarro de esa mujer, tan joven y tan sola. 

   No será hasta 1898, cuando Luis regresa junto a su esposa. Por fin pudieron hacer «casa» como bien menciona María Paz en sus memorias.


   Al regresar, Luis probó con algunos negocios relacionados con la joyería, oficio al que pertenecía, y la cosa cambió. Por fin el matrimonio pudo salir de las estrecheces y vivir un tanto desahogados. Pero los hijos seguían sin llegar. Pasaban los años. Falsas alarmas, abortos. Pero, finalmente en 1907, llegó Carmen. Todo parecía ir bien.


   Lamentablemente, pocos años después, don Luis, que era un hombre muy generoso y me atrevería a decir que excesivamente bonachón, se arruinó. Y su situación, insostenible, lo obligó a partir en busca de trabajo. Su primer destino fue Barcelona, 1914, un mal año para la ciudad catalana. Y ya fuera por la incapacidad de encontrar una buena ocupación o por la epidemia de tifus que asoló Barcelona ese mismo año, Luis Conde decide abandonar la localidad y desplazarse, esta vez, fuera de la península. Su destino: Melilla. Allí finalmente encontró un trabajo estable en una confitería. Poco después, su mujer y su hija se reunieron con él. Corría 1915. En palabras de la poeta:

 Desembarqué del J. S. Sister de entonces con un hermoso muñeco en la mano izquierda mientras con la otra me aferraba al brazo de mi padre al cual hacía meses que no veía (eso me mantuvo enferma todo el tiempo).

   En Melilla, Carmen disfruta de una infancia feliz. Fue en la ciudad africana donde la futura poeta descubrió el arte de la lectura y su devoción por las ensoñaciones y fantasías: «Yo tenía […] otra enorme distracción: soñar».

                                           




   La familia residirá en Melilla hasta 1920, cuando deciden regresar de nuevo a Cartagena, retorno motivado por los problemas de salud del progenitor. 
¡Melilla, ciudad mía, amada ausencia mía, aunque no seas tú, te quiero! Te buscaré, te querré, te cantaré, y otra vez nuestras voces se juntarán para lo que Dios mande.

   Carmen, convertida ya en una hermosa adolescente, retorna a su ciudad natal. Y de nuevo la precaria economía. El padre seguía enfermo y durante los primeros meses afincados en Cartagena, los tres vivieron en casa de unos familiares. Al año, ya pudieron establecerse en un domicilio propio. En los años siguientes, sin que la economía fuera boyante y a pesar de nuevos negocios frustrados de don Luis, fueron sobreviviendo. 

   Empezaba una etapa importante en la vida de Carmen. Su devoción por los libros va en aumento, para desesperación de su madre, que no quería que su hija dedicara la mayor parte de su tiempo a la lectura.

 Aquello venía de lejos, casi desde los primeros años de su vida. El médico de la casa […] dijo a la madre de la niña que la retirara del colegio unos meses —porque no pensaba más que en estudiar y acabaría por perjudicar su salud siempre endeble— y que se la llevaran al campo para que le diera el sol y jugara al aire libre. […] Demasiada imaginación —dictaminó el médico—: No para de leer cuentos y de inventárselos también. Hay que sujetarla —resolvió la madre—. Fuera lectura y fantasías. Tendrá que aprender otras costumbres. Y así comenzó la asombrosa persecución de toda clase de libros, que atizaban aquella imaginación desbocada a la cual era imposible dominar. Para intentarlo —sin éxito, claro—, la madre rompía todo cuento, libro de más importancia que veía en manos de su hija. Una auténtica inquisición doméstica. Así se llegó a la pubertad de la criatura constantemente dispuesta a leer absolutamente todo lo que cayere en sus manos, aunque fuere debajo de la cama. Seguían las repulsas, la destrucción de libros y nada conseguía detener aquel afán de leer y leer sin descanso. Atormentada en su vocación, sin dormir lo suficiente. —¿De dónde habremos sacado esta hija? Verdad que resultaba un tanto peregrino que sin antecedentes familiares que permitieran el apoyo para semejante afán lector y tales cualidades imaginativas, la niña luchara con todas sus fuerzas contra la oposición que levantaban.  

    Al leer este texto, escrito por la propia Carmen, una queda sorprendida, y aunque el tono narrativo tenga ciertos matices fabuladores, nos podemos imaginar lo dramático que fue para la futura poeta. Inevitablemente, esta escena nos remite de nuevo a una realidad compartida por otras infancias sinsombreristas. Desde el «las niñas no son nada» de Concha Méndez, el oscuro cuarto de Ernestina de Champourcín donde leía a escondidas a Juan Ramón Jiménez, hasta la caja de música de María Zambrano. Todas ellas, sin saberlo, ya compartían una habitación propia, esa en la que niñas con vestidos de seda e hilo y largas trenzas tomaban consciencia de su existencia y con ello decidían combatir su destino.

                                  
   Se dice que para crear hay que sentir en profundidad. Es muy probable. En el caso de Carmen Conde fue justamente una tragedia la que le hizo aflorar sus primeros versos, la muerte de su novio, Antonio Martínez Godínez, víctima de la tuberculosis. Por entonces Carmen tenía quince años y el joven, diecinueve. José Luis Ferris, en su biografía sobre Carmen Conde, nos descubre por primera vez el texto que escribió dos años después, con casi diecisiete ya, sobre este hecho y que de algún modo representa «la prehistoria literaria de la poetisa cartagenera»: 
 ¿Qué decir de ese primer llanto de pena?… ¿Qué añadir que pueda explicar todo el Dolor; el insano dolor de ver que el ser a quien amamos más que a nuestra vida no puede enjugar nuestras lágrimas más que un beso ultrafísico…? Noches y noches en la densidad de la oscuridad de mi alcobita, sus ojos flotaron envolviéndome en su bruja belleza… 

    A partir de entonces, Carmen no dejará de escribir. Entrada ya en la juventud, los amores y desamores protagonizarán gran parte de su producción a lo largo de esos años. En 1924 inicia su relación con la prensa, publicando distintos artículos que van desde la opinión sobre diversos asuntos hasta la crítica literaria, así como la publicación parcial de algunos versos y prosa propios. En diciembre de ese año publica por primera vez, a nivel nacional, en las páginas de El Liberal. El éxito es total. Entre 1924 y 1927, Conde publicará ciento veintiocho artículos en distintos periódicos: El Porvenir, La Cartagena Ilustrada, La Voz de Cartagena, o el antes mencionado El Liberal. En 1926, recibe una ayuda del Ayuntamiento de Cartagena para poder cursar el bachillerato. Aprobará sin problemas. Al terminar dichos estudios, iniciará la carrera de magisterio en la Escuela Normal de Maestras de Murcia. Durante estos años intensos se verá obligada a trabajar, ya que de nuevo su familia se veía en una situación de dificultades económicas. Así que Carmen estudia, trabaja y crea. Todo ello le pasará factura a su ya debilitada salud. Aunque su intenso trabajo se va a ver pronto recompensado.

   En 1927, Carmen Conde conoce a Antonio Oliver, también poeta murciano. «Se pondrán en relaciones», como diría Concha Méndez.
 Con mi encuentro con él en 1927 empezó de veras mi andadura literaria. El amor desencadenó mi tímida vocación todavía.
  
   Oliver, que por entonces ya había publicado y era conocido en los entornos literarios de Madrid, la introducirá en la obra de Juan Ramón Jiménez, Gabriel Miró y Antonio Machado, a quien él considera sus referentes y que pronto también lo serán para la joven poeta. Pero será el descubrimiento de la obra de Juan Ramón Jiménez el que le permitirá a Conde explorar sus propios límites creativos.
 Desisto de exponer lo que sentí al conocer a J. R.; con pasión me entregué a todos sus libros; no supe oír ni hablar de cuanto no fuera su obra. […] De repente, ya no hubo en este mundo una criatura tan enloquecida por la poesía como yo. 

   Pero, a la vez, el despertar intelectual hace evidente la necesidad de introducirse en los círculos culturales de Madrid. Carmen es consciente de que es en la capital donde todo se cuece. Impulsada por su admiración por el poeta de Moguer, pero también por un cierto afán de darse a conocer, decide escribirle una carta. Antonio Oliver le advierte que Juan Ramón jamás responde, pero eso no la detiene.
Demasiado sabrá usted la impresión que su hermosísimo libro ha producido en todos sus lectores; renuncio por lo tanto a describirle a usted la mía, ¡tan insignificante frente a las otras! Sólo puedo decirle una cosa interesante: yo que soy fuerte para todo, he llorado con su libro… […] Yo le juro, admirado Sr., que con su libro, he sentido mejor y más tierna, y más altamente que con ningún otro. Siento con toda mi alma no saber decirle todas las emociones que, bajo la caricia de sus prosas, nacieron en mi alma. En gracia a mi devoción, perdone usted los defectos de mi lenguaje.

   Pero para sorpresa de todos, Carmen recibe respuesta de su admirado poeta. 
 Srta. Carmen Conde Abellán.
Cartagena.
   
Muy Srta. mía: Me ha sido usted, por sus cartas y poemas, sumamente simpática. Le envío, con mayor gusto, Platero y yo —dedicado hace ya un mes— y estas líneas que me pide usted tan atractiva, tan mimosamente. Es verdad que yo no escribo a casi nadie, porque, en jeneral [sic], me parecen inútiles las cartas. ¿Qué ha hecho usted para que yo mire hacia Cartagena, sonriendo, esta mañana hermosa de julio? Tengo un poco de miedo de su poder magnético, romántica amiga lejana. Su amigo.
Juan Ramón Jiménez.
Velázquez, 96
[4 de julio de 1927] 

   Una sola carta de Juan Ramón era suficiente para escalar hacia el cielo de la literatura. Así que, sin aviso previo, Carmen Conde pasó de considerarse una jovencita de provincia con cierto talento para el verso a ser publicada e interpelada por el poeta más reverenciado. Su nombre ya corría como la pólvora por las tertulias madrileñas. Una prueba de ello es que, de forma casi inmediata, otra gran devota del poeta y promesa de la joven literatura se puso en contacto con ella: nos referimos a Ernestina de Champourcín. 


 Srta. Carmen Conde
Mi lejana amiga: Con verdadero placer inicio esta correspondencia, reiterándole mi viva simpatía y el deseo que estas cartas nos hagan intimar un poquito, ya que tácitamente estamos unidas por comunes admiraciones e ideales. […] Hábleme de sus proyectos y preferencias literarias, a ver si en ellas coincidimos como sospecho. Yo puedo indicarle todo lo interesante que aquí se publique o haga y si de algo le sirve mi ayuda, tendré una alegría al serle útil. Créame con toda confianza su sincera amiga. Ernestina de Champourcín.






          Otra prueba de su rápida aceptación en los círculos artísticos de la capital la encontramos en la conferencia/ recital que organiza la sección de literatura del Lyceum Club Femenino en 1928, dirigida por el dramaturgo Cipriano Rivas Cherif bajo el nombre de «Las Faldas del Parnaso Español». En ella, Cherif hizo semblanza de las mejores autorías femeninas en poesía: Teresa de Jesús, Juana Inés de la Cruz, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Carolina Coronado, Rosalía de Castro, Blanca de los Ríos, Sofía Casanovas, Concha Espina, María de la O Lejárraga, Pilar de Valderrama, Josefina de la Torre, Cristina de Arteaga, Concha Méndez, María Teresa Rocha de Togores, Ernestina de Champourcín, Rosa Chacel, Isabel Buendía y Carmen Conde.  

   Es importante mencionar que este acto asienta la relación ineludible de los nombres de aquellas poetas jóvenes que, al igual que sus colegas varones, estaban creando un nuevo canon literario. Una prueba más de que ellas formaban parte activa de esa generación.  

              
   Pero Antonio Oliver, un hombre inseguro y enfermo (sufrió toda la vida una dolencia cardiaca), no ve con buenos ojos ese empoderamiento de su amada. Le seduce la libertad de Carmen, pero a la vez le atormenta. Quiere que ella triunfe, pero no a costa de su relación. Quiere casarse con ella, lo antes posible. Cree así que la sentirá más suya y sus celos se apaciguarán.
 Por tenerte mía, no sé qué voy a hacer. De no tenerte mía, no sé dónde pudiera ir. Compréndeme. En los días de mis decaimientos, no me quites lo que es únicamente mío, y sobre lo que tú ya no tienes derecho.


   Sin duda, esa presión por el matrimonio debió agobiar y mucho a Carmen Conde. Ella, por aquellas épocas, estaba inmersa en la escritura de su primer libro. Quería publicarlo. Pero para ello debía viajar cuanto antes a Madrid. Su gran amiga, Ernestina de Champourcín, con la que había iniciado una fructífera, íntima y personal correspondencia, la animaba a ello.

  Así que, sin más dilación, por fin, en febrero de 1929, Carmen emprende su primer viaje a la capital. Así lo narra la escritora:

Tenía veintiún años y una salud nada firme junto a un trabajo excesivo, crónicas dificultades económicas familiares, amor y poesía, que contribuyeron a llevarme a un trance difícil de salud. Urgía consultar a un médico de Madrid porque los habituales locales así lo aconsejaban. […] En el fondo, lo que yo deseaba mucho más que mi salud era conocer a Juan Ramón y a Gabriel Miró personalmente. 

   Al poco de llegar, Carmen se alojó en la Residencia de Señoritas. Y conoció por fin el Lyceum Club, lugar donde se dio cita en persona con su amiga epistolar Ernestina de Champourcín. 
He pensado mucho en nuestro encuentro. Quiero que sea bello, claro y sólo las dos. Quiero que sea en el Lyceum. Allí no seremos más que nosotras. Allí puedo ser personalmente yo. ¿Quieres? El salón, muy íntimo, está casi siempre vacío y hay un sofá delicioso para las confidencias. Luego te traeré a casa, quiero tenerte también junto a mis papeles y mis libros […] Te espero con los brazos llenos de estrellas.

   Durante este viaje, Carmen conocerá por fin a Juan Ramón Jiménez y a Gabriel Miró. Su trato personal transformará a nuestra autora. 

   Pero su estancia apasionante en Madrid se ve alterada constantemente por las misivas asfixiantes de su novio: 

Estoy harto de tu amiga Ernestina, de Berta, de J. R., de Miró, del Club. Tu actitud es sencillamente indigna de ti y de mí. Te limitas a hablarme de lo de fuera y a escribirme rápidamente. Si es que te quieres separar de mí, no des tantas vueltas. […] Esto se acaba si no te rectificas. No se puede jugar así con nadie. Si me has querido alguna vez —ahora no me quieres—, te vas a acordar de mí. […] La vida que llevas no es la que te han recomendado. Estás alocada, descentrada y tonta […]. Sigue conociendo a imbéciles como esos de La Gaceta, sigue no descansando, sigue yendo a cines, a teatros […]. En fin, Carmen, que te has olvidado en absoluto de mí. Tú ya sabes que yo exijo, necesito, quiero toda tu vida. Toda tú has de ser mía. […] Precisamente esta tarde me he enterado de los cafés que frecuentaba en Madrid Concha Méndez. Que no sepa que te vas con Maruja Mallo […]. Todo esto no sé si te dolerá. Yo te lo digo, desde luego, para que te duela […]. Exijo un cambio total en ti, un cambio total. Si el corazón te manda otra cosa, quédate. Si te manda lo que yo te mande, vente. Pero, desde luego, te va a costar trabajo recuperarme.

     Bueno, existen unas cuantas cartas más de esta índole. Yo no voy a justificar a Oliver. Ni sus celos ni su enfermedad ni una educación machista, típica de la época, excusan el tono. Pero más allá del juicio personal, estas cartas nos sirven para entender qué supuso para la sociedad la aparición de esta nueva mujer moderna. Desconocemos si otros hombres célebres escribieron iguales barbaridades. Sí sabemos que hubo muchos comentarios y acciones de carácter machista y misógino, públicos y privados, algunos menos evidentes, pero igual de corrosivos, hacia nuestras mujeres. Pero lo que a día de hoy, nos dice todo ello es que lo que hay en el trasfondo de esta actitud es miedo. Un miedo atroz al empoderamiento de nuestras Sinsombrero. Para muchos, el trabajo en común y la actitud reivindicativa de Ernestina, Maruja, Concha, Carmen, Consuelo, etc. —es decir, de estas amigas, confidentes, artistas—, eran más peligrosos que cualquier revolución armada. 

    Finalmente, y después de algunas negativas, la editorial La Lectura decide, gracias a la insistencia del librero León Sánchez Cuesta (considerado el librero oficial de la generación del 27), publicar la primera obra de Carmen Conde, bajo el título de Brocal (1929), que supondrá para Carmen su consolidación como joven poeta: 

Brocal es un libro puro y enamorado. […] obtuvo verdadero éxito. Escritores de fama y categoría y críticos semejantes les rindieron su máxima consideración». 

   Posteriormente a la publicación del libro, en 1930, Carmen por fin puede terminar magisterio. Quiere vivir en Madrid, por ello intenta por todos los medios encontrar plaza de maestra en algún centro educativo de la ciudad. Pero no lo consigue y es enviada a dar clases como auxiliar de maestra en la Escuela de párvulos de El Retén, un barrio de Cartagena. La experiencia resultará terrible. Sin recursos, sin capacidad para aplicar sus ideas pedagógicas, se desespera. Tenaz, sigue insistiendo en obtener una plaza en el Instituto-Escuela; habla con María de Maeztu, con Ramón Menéndez Pidal, pero nada.

   No obstante, a pesar de su mala suerte en el campo laboral, Carmen no descuida su asidua correspondencia con las escritoras e intelectuales. Es su válvula de escape. A Ernestina se le suma Concha Méndez, Clemencia Miró y Consuelo Berges como interlocutoras. Son sus amigas, confidentes y compañeras. Sin saberlo, Carmen ya está tejiendo ese tapiz, tan necesario.
Mi querida amiga: Gracias por tu carta, por tu libro, por tus crónicas», le escribirá Consuelo Berges, «por tu nota en Nosotros sobre mis Escalas. Mi intuición no me engaña cuando presentía en ti una compañera en toda la cordial plenitud que yo le doy a esta palabra. [Buenos Aires, 4 de mayo de 1931].
Pero también ávida de conocer aquellas personalidades a las que admira y sin temor, inicia una fructífera correspondencia con escritoras hispanoamericanas, como Juana de Ibarbourou, Alfonsina Storni o Grabriela Mistral.
Señorita Carmen Conde
Cartagena
Querida amiga: ¡tan simpática su carta y tanto que he tardado en contestarla! […] quiero felicitarla por la gracia pura y la elegancia de su prosa, especialmente de este pequeño poema «Júbilos», de tan buen gusto y tanta belleza y limpidez. [Juana de Ibarbourou. Montevideo, en enero de 1929].

                                                                      
Antonio Oliver y Carmen Conde



   En 1931, Carmen Conde y Antonio Oliver contraen matrimonio. Muy a pesar de su amiga Ernestina de Champourcín. 

Querida Carmen […]
Enhorabuena por esos proyectos de próxima boda; con toda mi alma te deseo que los realicéis lo antes posible. Me interesará mucho que me cuentes, sinceramente, tus impresiones, buenas y malas. ¡Serías la primera casada que lo hiciera! Yo como aún veo esas cosas en plan espectadora desinteresada y muy desde la barrera, pienso enriquecerme con tu experiencia. […] Lo mío, a pesar de la trascendencia que pueda tener en mi vida interior, no marcha hacia un desenlace semejante.

   Poco tiempo después de casarse, la pareja hace realidad un sueño: la creación de la Universidad Popular de Cartagena (1932). Por fin Carmen podrá aplicar allí sus ideales pedagógicos. Inspirada en las Misiones Pedagógicas, con las que el matrimonio también será un activo colaborador, la Universidad tendrá como fin acercar la cultura a la clase trabajadora. Un espacio que contará con una biblioteca para niños y para adultos, proyecciones de Cine Educativo, la creación del Archivo de la Palabra, grabaciones en disco de la voz de personalidades de la vida cultural, organización de excursiones y viajes culturales. Pronto muchos amigos se les unen, como Miguel Hernández, Margarita Nelken, Guillermo de Torre, María de Maeztu, Elena Fortún, Cipriano Rivas Cherif, María Cegarra…

               
Epistolario entre Carmen Conde y María Cegarra, 2018
                  

     Un detalle curioso: husmeando en la hemeroteca en busca de información sobre Carmen Conde, encontré un artículo escrito por ella acerca de las Misiones Pedagógicas: «Poesía lírica para los niños» (Luz, 6 de enero de 1934). Acompaña al texto una foto de dos niñas leyendo sentadas en un banco. Es una imagen que yo conocía bien, porque se ha utilizado muchas veces para ilustrar el inmenso trabajo de las Misiones. Bien, el pie de foto indica que la autoría de la imagen corresponde a Carmen Conde. Cosa que no me extraña, ya que es inmensa la colección de fotografías hechas por la poeta a lo largo de su vida. Pero que esa foto, de autor hasta ahora para mí desconocido, fuera de ella me sorprendió, seguro que hay más. Seguiré buscando.

   A principios de 1933, el matrimonio recibe la mayor de las noticias. Van a ser padres. La ilusión es máxima y así lo cuenta la poeta chilena Gabriela Mistral: 

Carmen Conde me trae su propia visita, el bulto de su libro y… la presencia que planea sobre nosotros, de su hijo que viene. Como una balada, el niño llega a este mundo duro envuelto en la primera faja de unos poemas sobre la infancia. Un gracioso diría que se trae su libro bajo el brazo. Es mejor que eso; ha trabajado la madre a lo largo de sus meses de linda hospedería y la ha hecho retrotraer su infancia a fin de que lo sienta y lo entienda mejor cuando él asome. Bonito taladro de recuerdo este escondido del niño, haciendo a Carmen Conde rejugar sus juegos y rebrincar sus brincos infantiles.

   Por desgracia, semanas después, en una revisión médica, se descubre que hay sufrimiento fetal y deciden provocar el parto inmediatamente. La niña nace muerta. 
                                
Elena Fortún, creadora de Celia


    Como también les ocurrió a sus amigas Concha Méndez, quien perdió a su hijo por esas mismas fechas, y a Elena Fortún, la muerte del hijo transformará a la poeta. (María Zambrano también sufrió la misma desgracia). A partir de ese instante, todo su alrededor tomará un matiz distinto. Y tal como sugiere Emilio Miró, «[…] la frustración maternal, que fue definitiva, parece que determinó en gran medida su relación conyugal y vida amorosa posterior». Ante la imposibilidad de la maternidad, muchas modernas se cuestionan su papel como esposas. «Qué inmensa mañana, ignorándonos, hemos pasado los dos mientras traían la mañana de tu entierro». 

   Del dolor por la pérdida, surgió un poemario, Derramen su sangre en sombras, escrito entre junio y octubre de 1933. La obra consta de dos partes muy marcadas: una primera bajo el título de «La espera» y la otra, «El desencanto». Cada uno de los poemas lleva inscrita la fecha, como si se tratara de un diario. En la primera parte se deslumbra la esperanza, «la de una mujer que ve en la maternidad su realización y culminación femeninas, humanas».


Dentro de mí, en el secreto minúsculo recinto de mi cuerpo, vives tú. Fuera de ti me angustio pensándote, con el deseo de verte, de hacerte mío.¡Oh, tiempo de lentas avanzadas! Transcurre, tiempo, y acércanos al beso definitivo. 
19, agosto 1933


   En «El desencanto», la poeta expresa su desgarro y culpabilidad por no poder dar a luz aquella vida anhelada. «Como nada han servido mi sangre ni mi amor para afirmar, afianzar, tu vida».

   Pero Carmen mantendrá inéditos estos versos a lo largo de cincuenta años. «Desde que fueron escritas estas lamentaciones por la primera tragedia de mi vida, no las había vuelto a leer hasta mayo de 1973»**, escribirá Conde en el prólogo de la edición del poemario en 1983.


   Pero la publicación en 1934 de su nuevo libro Júbilos (poemas de niños, rosas, animales, máquinas y vientos), prologado por Gabriela Mistral e ilustrado por la pintora Norah Borges, le hace recuperar algo la alegría. 

Sus amigas aplauden la publicación. «Querida Carmen: […] Llegó tu libro, […] ¿Qué decirte de él?», le escribe Elena Fortún.
«Son místicos poemas en prosa en lenguaje tan cálido, magnifico y justo que a veces dos líneas me han tenido absorta media hora […]. Mi pobre prosa humilde, hecha y pensada sólo para que los niños me entiendan con las palabras más vulgares del idioma, no tiene términos para decir lo que pienso de tu libro. Te lo diré como una niña. ¡Me gusta, me gusta como el chocolate hecho con leche y miel […].
Carta de Elena Fortún a Carmen Conde, del 11 de mayo de 1934. 
Patronato Carmen Conde - Antonio Oliver (ref. 01601520). 










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