En los primeros días de abril de 1767, un asustado caballero murciano, entrado en años, llamaba con desesperación a la puerta del cirujano de la corte, José Correa, con la pretensión de que le reconociese dos mostruosidades que, según se demostraban, eran, hablando con el respeto debido, dos palos de madera del aire o asta, del mismo color, dureza, substancia y figura que los de un cordero. Los documentos dan cuenta de que el cirujano se los amputó y el Conde de Floridablanda remitió las dos pequeñas astas al Real Gabinete de Historia Natural que, sin embargo, el Museo Nacional de Ciencias Naturales, heredero suyo, no conserva.
La denominación "madera del aire" aún se recoge en el Diccionario de la Real Academia Española como: Asta o cuerno de cualquier animal.
EDITA: AYUNTAMIENTO DE LA CORUÑA - CSIC
Salamanca, 1990.
Estuche con facsímil del escrito y su transcripción.
Grabado numerado de tirada de 108 ejemplares.
Presentación por Camilo José Cela en pliego doblado.
Una carpeta con ocho hojas donde se recoge el facsímil del acta original.
Transcripción en 8 hojas
Un caso singular es el de un hombre murciano que en 1767 acudió a la calle de la Cava Baja de Madrid para que el cirujano José Correa le serrara unas maderas del aire que tenía en la cabeza. Los documentos que acreditan este hecho, el único caso conocido de la presencia de cuernos en la especie humana, se encuentran en el Archivo del Museo Nacional de Ciencias Naturales.
En el documento notarial: «José Correa, cirujano que vive en la calle de la Cava Baja, declara bajo juramento que uno de los días del mes de abril próximo pasado de este año llegó a su casa un caballero de distinción, de 67 años de edad poco más o menos, con la pretensión de que le reconociese dos mostruosidades, que evidentemente eran, hablando con el respeto debido, dos palos de madera del aire, o astas del mismo color, dureza, sustancia y formas de las de un cordero. El caballero manifestó haber recorrido varias tierras y lugares para que se los cortasen, y que ningún cirujano quiso encargarse de la operación, por lo cual fueron por mí separados por medio de la sierra de amputar».
La declaración de la testigo Cándida Trijueque tampoco tiene desperdicio y dice, entre otras cosas:
«Que es cierto que en uno de los días del mes de abril llegó a eso de las nueve a la casa de José Correa un hombre embozado y con sombrero de tres picos, y estuvo hablando algún rato con don José Correa, aunque ella no entendió lo que hablaron entre ellos, pero sí vio que cuando mandaron sentar al hombre en una silla y quitarse el sombrero inmediatamente se le pusieron de manifiesto dos cuernos. La que declara, junto con los demás testigos, vio que don José Correa sacó una sierra armada con su botante de hierro y mango de madera torneado, de una longitud de poco más de media vara, y con la ayuda de los allí presentes que le sostenían se los cortó, y en esa operación habrá tardado como más de media hora. Se advierte que de los dos cuernos uno es más largo que otro y ambos tienen forma de caracol y estas de cordero».
Eran, por tanto, más parecidos estos cuernos a la cornamenta de los bóvidos que persisten de por vida y, si se rompen, no se regeneran; que a las cuernas del venado y demás cérvidos, que caducan todos los años. Por eso en estos días encontramos los desmogues tirados en el monte, aunque en este caso han sido las células osteoclastas las que han aislado la cuerna de su pivote, actuando como una sierra.
El Ministro Conde de Floridablanca envía a José Clavijo, director del Real Gabinete de Historia Natural una nota:
«Remito a Vd. dos astas pequeñas cortadas a un hombre por el cirujano don José Correa, según consta del testimonio que también acompaño, y encargo a Vd. que las coloque y guarde en ese Real Gabinete con la nota correspondiente. Dios guarde a Vd. muchos años».
El Pardo, a 25 de febrero de 1787.
El Conde de Floridablanca.
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