domingo, 21 de julio de 2019

DON PEDRO FERNÁNDEZ DE CASTRO. VII CONDE DE LEMOS 1576-1622

               ESTUDIO HISTÓRICO  


Eduardo Pardo de Guevara y Valdés 

                         Puede consultar disponibilidad en el correo:  

Xunta de Galicia, 1997 - 332 pp., 22 x 30 cm - 56,00 €
ISBN 13: 9788445320143 

              Miguel de Cervantes en el prólogo de Los trabajos de Persiles y Segismunda expresaba gratitud a su protector el conde de Lemos:

 "Ayer me dieron la extremaunción y hoy escribo esta. El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir. Y quisiera yo ponerle coto hasta besar los pies a Vuestra Excelencia, bueno en España, que me volviera a dar la vida. Pero si está decretado que la haya de perder, cúmplase la voluntad de los cielos y, por lo menos, sepa Vuestra Excelencia este mi deseo, y sepa que tuvo en mí un tan aficionado criado de servirle que quiso pasar aún más allá de la muerte mostrando su intención".


            El noble a quien Cervantes elogiaba, sin nada ya que ganar, era don Pedro Fernández de Castro, benefactor suyo y mecenas de las plumas más leídas del Siglo de Oro español como Quevedo, Lope de Vega y Góngora.
             


 Pedro Fernández De Castro Andrade Portugal, VII Conde de Lemos (1576 - 1622), IV Marques de Sarria, Grande de España, conocido habitualmente como «El Gran Conde de Lemos», fue Presidente del Consejo de Indias, Virrey de Nápoles, Presidente del Consejo Supremo de Italia, comendador de la Orden de Alcántara, y famoso estadista y diplomático español. También fue embajador extraordinario en Roma y Alguacil Mayor del Reino de Galicia. El Condado de Lemos y la Familia Castro, saga nobiliaria Española vinculada con el municipio gallego de Monforte de Lemos.

   Pedro Fernández de Castro es el primogénito de Fernando Ruiz de Castro y Catalina de Zúñiga y Sandoval, hermana del duque de Lerma, el valido del rey. Don Pedro fue sobrino y protegido del duque y también su yerno, desde noviembre de 1598, al casarse con su hija Catalina de la Cerda y Sandoval.
                                 
Sandoval y Rojas, Duque de Lerma

    Pedro pudo establecerse en la corte por mediación de su tío y hacerse un hueco en la vida palaciega, de la que fue un gran animador debido a su labor de mecenas y patrocinador de funciones artísticas.

    Muchas familias aristócratas invertían extraordinarias sumas en fiestas de las que el de Lemos iba a ver compensado aquel teatro cortesano en forma de los cargos: presidente del Consejo de Indias, virrey de Nápoles y presidente del Consejo de Italia.

   En 1599, la corte al completo se trasladó a Valencia para recibir a doña Margarita de Austria, esposa de Felipe III, y Pedro tuvo ocasión de comprobar la importancia de la ostentación y la espectacularidad en la vida política. Los nobles competían por sufragar los más vistosos espectáculos: torneos, bailes, banquetes, dramatizaciones teatrales, batallas navales...

   En el siglo XVII, la nobleza iba tomando conciencia del valor de la cultura a la hora de dotar de renombre e influencia a su linaje con versos, pinturas y comedias.

   El conde de Lemos era un hombre culto y con inquietudes artísticas que había tenido como preceptor en sus años iniciales de aprendizaje al poeta Juan de Arce y Solórzano. Se cree que después estudió en la Universidad de Salamanca, de la que, según el marqués de Rafal llegó a ser rector, aunque no se encuentra documentado.

   Su inclinación hacia las letras no se reducía a su labor como mecenas; él mismo cultivó la poesía, el teatro y la crítica literaria. Rafal cuenta cómo Quevedo le llevó El fresno en marzo para conocer su opinión. También como tratadista político escribió una obra reivindicativa en verso, El búho gallego, en la que reclamaba para Galicia la recuperación de su derecho histórico al voto en las Cortes de Castilla.

   Su biblioteca contaba con más de dos mil volúmenes, extraordinaria para la época, y en sus palacios colgaban cuadros de Leonardo, Rafael, Miguel Ángel, El Bosco o Durero. Se interesó por la obra de Rubens y Caravaggio, pintores a los que trató y protegió. También al célebre astrónomo Galileo Galilei, por el que intercedió en la corte y a quien quiso traer a España.


D. Saavedra Fajardo escribe Empresas políticas 


   Con todo, su más célebre nómina de protegidos se cuenta entre los literatos. Quevedo le dedicó el primero de sus Sueños, Góngora fue su huésped en Monforte y con Lope de Vega y Cervantes mantuvo una relación duradera, al igual que con los hermanos Argensola, sobre los que recayó la responsabilidad de seleccionar la comitiva que habría de acompañar al conde cuando fue designado virrey de Nápoles. La comitiva se cerró con hombres como el prosista Diego Duque de Estrada, el escritor y diplomático Diego de Saavedra Fajardo y su viejo preceptor gallego Juan de Arce y Solórzano. 

   
Explotación de las minas de Potosí


    Con 27 años, a la muerte de su padre, en la primera década del siglo XVII tomó posesión del cargo de Presidente del Consejo de Indias. La esfera de acción de este organismo comprendía todos los ámbitos político-administrativos de los territorios coloniales españoles. El Conde instauró políticas dirigidas a la mejora de las gentes bajo su jurisdicción, abriendo vías al comercio y fomentando el progreso; elabora un Memorial solicitando del rey la libertad de los indios, y fundamentando meticulosamente las razones que le llevaban a elevar tal petición; a fecha 26 de mayo de 1609, Felipe III promulga la real cédula promoviendo la medida solicitada sin el alcance que el conde hubiera deseado.

    Durante ese período elaboró la «Relación de gobierno de Quixós y Matas», un extenso acopio de la provincia de Quito, conservado en la Biblioteca Nacional de España.
                       


 El 21 de agosto de 1608 fue nombrado Virrey de Nápoles, el mismo año que estuvo a punto para ser Virreinato de Nueva España (actual México); de ahí los versos de Lope de Vega:
«¿Quien a Méjico ha traído El Sol a quien se humilla el mar gallego?»


   En ese período su secretario personal fue Lupercio Leonardo de Argensola, rechazadas las candidaturas, entre otras, de Miguel de Cervantes Saavedra. Sus primeras disposiciones en el cargo se encaminaron a la seguridad de los habitantes de Nápoles y luchar contra el bandolerismo que amedrentaba a la población; seguidamente, legisló para regular la actividad de los prestamistas y eliminar la usura, para, a continuación, reducir cargos administrativos. Luchó por eliminar las enormes desigualdades sociales existentes, con una política encaminada a mejorar a los más necesitados, y puso en orden el caos cronológico, ya que coexistían en Nápoles cuatro calendarios vigentes. 


   Levantó la Universidad, el edificio de Escuelas Públicas, construyó el Colegio de Jesuitas, y creó la famosa Academia literaria «Degli Oziosi», («De los ociosos»), dotándola de una vastísima biblioteca. Propició las funciones musicales en las iglesias y auspició el trabajo de arquitectos y escultores traídos de todos los puntos de Italia para renovar la imagen de la ciudad, cada vez más bulliciosa y cosmopolita.

                                   
Puerto de Nápoles


    La época como Presidente del Consejo de Italia, estuvo guiada por el mismo espíritu de tecnócrata y buen administrador a la vez que filántropo, a la vez marcada por las intrigas palaciegas que se urdían en torno al conde, y que tenían como protagonista a su cuñado, el Duque de Uceda, que, junto al Conde-Duque de Olivares, conspiraba contra su padre, el Duque de Lerma y su gran protegido, el Conde de Lemos, de tal manera que conseguía que las continuas reivindicaciones del Conde, solicitando el voto en cortes para Galicia, cayeran en saco roto, lo cual provocaba su frustración.
                   
                       
   El de Lemos rogó al rey que no gravase más a los napolitanos hasta que lograra equilibrar las cuentas, y le pidió también buena parte de la plata que llegaba de las Indias para paliar sus enormes problemas de liquidez. En apenas un año, el conde logró reducir el déficit del reino, y se mostró inflexible ante la corrupción burocrática y la especulación.

    En el ámbito político, mostró su buen pulso al intervenir en cuestiones delicadas, como la guerra con el duque de Saboya por la sucesión del Monferrato o la constante amenaza de los turcos, a los que tuvo que hacer frente en varias ocasiones.

    Al tiempo que se ocupaba de los asuntos políticos y administrativos, Lemos pudo desarrollar también su labor de mecenazgo en el ámbito de la cultura hacia una institución ya creada, la Academia de los Ociosos, de carácter humanístico y literario, que había puesto en marcha poco antes el marqués de Villa.

   La Academia de los Ociosos se situaba en el contexto de una práctica napolitana del siglo XVI, que había visto florecer a una élite intelectual opuesta al poder establecido y congregada en torno a academias. La de los Ociosos revitalizaba esa tradición, reconduciendo su carácter disidente bajo las directrices y la vigilancia del poder virreinal, que prohibió expresamente abordar temas que pudieran cuestionar su autoridad.

   En mayo de 1611, la Academia quedaría bajo la protección del conde, convirtiéndose en uno de los centros culturales más importantes de Italia y de las letras europeas en general. Los hermanos Argensola tuvieron gran importancia en la organización de la Academia. La institución promocionaba la interacción entre el poder y la cultura, pero también entre pintores y escritores, entre militares y poetas o entre napolitanos y españoles.

   Para algunos, tal pretensión rozaba la pedantería y escondía cierto elitismo aristocrático, aunque en la Academia no solo se atendía al ingenio o a los ejercicios de retórica, sino que se debatían asuntos como la inmortalidad del alma, la reflexión sobre la muerte o la inclinación del hombre hacia el bien o el mal.

   Del buen hacer del conde de Lemos como virrey de Nápoles dio cuenta un informe solicitado por el rey, Felipe III, sobre el estado del reino una vez concluido su mandato, que se prolongó durante seis años. De vuelta en España, el conde fue premiado con la presidencia del Consejo de Italia. Lemos contaba entonces con el favor del rey, y en un primer momento regresó a sus conocidas tertulias y a su actividad cultural y cortesana con el mismo vigor de siempre.

 Sin embargo, la corte estaba cambiando. El duque de Lerma empezaba a perder influencia ante el monarca, y las intrigas y luchas dominaban la vida palaciega.

 Frente al duque se alzaron dos de sus más fieles adeptos: Luis Aliaga, confesor del rey por la mediación de Lerma, y el propio hijo de este último, el duque de Uceda, cansado ya de las extravagancias de su padre.

 A medida que triunfaba la conspiración, Pedro, cuyo nombre estaba forzosamente ligado al de su tío, se sentía más vulnerable. Tras el valido, su cabeza podía ser la siguiente. El conde decidió dar un paso al costado y retirarse a sus tierras de Monforte, donde viviría apartado casi hasta el final de sus días.
Del artículo publicado en la revista Historia y Vida. nº 571

Monforte de Lemos, siglo XIX
   
   Hombre de salud frágil, se refugió en Monforte para recuperarse de sus crisis; destacó por sus cualidades como estadista, como intelectual y mecenas, consolidando la tradición en la familia de los Castro, honrada también por su tío Rodrigo de Castro; se le recuerda también por su lucha en favor de los derechos del Reino de Galicia.

   En 1622, fallece en su palacio Madrileño el «Gran Conde de Lemos». Lo repentino de su muerte dio que hablar, y una hipótesis apuntó al envenenamiento por parte de sus rivales, y de los que alentaban las conspiraciones contra su persona, suscitado entre otras cosas por una carta de Lope de Vega , en la que, lamentándose de la muerte del de Castro,  –le escribió al duque de Sessa– a quien le dice: «Mucho ay que hablar, y que no es para papel».

    Su ataúd sale en olor de multitud hacia el Monasterio de las Descalzas Reales, portado por caballeros de la Orden de Alcántara, de la cual era comendador. Siete años después sus restos se trasladan al relicario del Convento de Santa Clara (conocido como «de las Clarisas») de Monforte de Lemos, desconociéndose su ubicación.







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