Santiago fue díscolo, mal estudiante, causó continuos enfados a su padre y profesores. El joven Cajal sentía pasión por el dibujo "teniendo por varita mágica mi lápiz, forjé un mundo a mi antojo", pero sus padres lo consideraban “una distracción nefanda” y le forzaron a estudiar Medicina. Con 21 años, y la carrera ya terminada, se dispuso a cumplir el servicio militar obligatorio, en la tercera guerra carlista y en la guerra de Cuba. Aquella experiencia militar marcó su vida y su patriotismo regeneracionista. “¡Asombra e indigna reconocer la ofuscación y terquedad de nuestros generales y gobernantes, y la increíble insensibilidad con que en todas las épocas se ha derrochado la sangre del pueblo!”, lamentaba. “La media ciencia es, sin disputa, una de las causas más poderosas de nuestra ruina”.
Debilitado hasta rozar la muerte por la malaria, Cajal regresó a España en 1875. Y, con los salarios de la guerra, se compró su primer microscopio. “Los distintos órganos del sistema nervioso [...] son campos de exploración en los que la sed de aventura de Cajal, no saciada en su experiencia juvenil ultramarina, busca compensación”, en palabras del historiador Agustín Albarracín. Cajal se lanzó a desentrañar el cerebro, “la enigmática organización del órgano del alma”, según relató en sus memorias. “Como el entomólogo a la caza de mariposas de vistosos matices, mi atención perseguía, en el vergel de la sustancia gris, células de formas delicadas y elegantes, las misteriosas mariposas del alma, cuyo batir de alas quién sabe si esclarecerá algún día el secreto de la vida mental”.
Hasta Cajal, la comunidad científica pensaba que el cerebro era una red tupida de células nerviosas conectadas entre sí, como una masa difusa. En 1888, el investigador español, por entonces catedrático de la Universidad de Barcelona, demostró la individualidad de cada célula y que la transmisión de los impulsos nerviosos, de los pensamientos, se hacía por contigüidad, no por continuidad. A estas comunicaciones entre neuronas independientes Cajal las llamó “besos”. El ser humano, adivinó el sabio, podía modelar estas conexiones con ejercicio: “Todo hombre puede ser, si se lo propone, escultor de su propio cerebro”.
Sánchez Ron nos recomienda que léamos las memorias de Cajal Recuerdos de mi vida para comprobar su humanidad, su compromiso social, que le llevó a aceptar cargas —para él lo eran— como la presidencia de la benemérita Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, una institución pública fundada en 1907 que hizo mucho por mejorar el nivel de las ciencias de la naturaleza y sociales españolas.
Cajal se convirtió rápidamente en una eminencia en España y en el mundo. “En 1925, la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) le ofreció la presidencia de la futura república federal. Cajal se negó, como hizo con los demás ofrecimientos de cargos estrictamente políticos”. Por entonces ya era un anciano pasmado ante la revolución tecnológica del siglo XX.
Cajal hizo el descubrimiento de la fina anatomía del cerebro humano, con razón considerado como la obra maestra de la vida. La historia de las neurociencias sin incluir en un apartado muy destacado su nombre y obra, la teoría neuronal (identificó con claridad un tipo especial de célula, las neuronas, como la unidad discreta que transmite señales en el cerebro), tan vigente hoy como en 1888, él la pergeñó.
Recomendamos pinchar en la entrada a nuestro blog;
EL HOMBRE Y EL MÉDICO ANTE LA MUERTE
SANTIAGO RAMÓN Y CAJAL: EPISTOLARIO
JUAN ANTONIO FERNANDEZ SANTAREN
Editorial: LA ESFERA DE LOS LIBROS-FUNDACION IGNACIO LARRAMENDI
ESPAÑA, 2014. 1ª edición.
Encuadernación en tapa dura de editorial con sobrecubierta ilustrada deslucida.
1400 pp., 17 x 25 cm.
ISBN: 9788490602188
40 páginas con fotografías e imágenes.
Una obra donde se reúnen todas las cartas conocidas del premio Nobel español.
La obra de Ramón y Cajal es la mayor aportación individual de un español a la ciencia. Pero no solo eso, Cajal fue capaz de obtener un reconocimiento internacional para su obra en una medida que muy pocas veces, si alguna, ha logrado un científico español. Consiguió, además, crear una extraordinaria escuela de Histología que aún perdura y que supuso que un considerable número de científicos españoles aportaran a la ciencia significativos avances, casi a la altura de los del maestro.
Sin embargo, Cajal no fue en modo alguno un hombre encerrado en su laboratorio, aunque pasara incontables horas en él, sino que mantuvo una presencia constante en la vida cultural española. Prueba de ello es este extraordinario epistolario, fruto del trabajo de recopilación del profesor Juan Antonio Fernández Santarén, que permite ampliar de forma inimaginable el conocimiento que se tenía de la vida del Premio Nobel.
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