Editorial Planeta, 2006 |
Veintiún ensayos de Montaigne,
seleccionados e ilustrados por Salvador Dalí.
Planeta, Fundación Gala-Salvador Dalí
Encuadernado en tapa dura 19,5 x 29,5 cm
En estuche
ISBN 13: 9788408068174
ISBN 10: 8408068172
Edición a todo color con 37 ilustraciones.
Ventiún ensayos de Montaigne seleccionados e ilustrados por Salvador Dalí.
En 1571 el terrateniente Michel de Montaigne se retira a su castillo para administrar su heredad y dedicarse a sus escritos.
Redacta y corrige los 107 ensayos que forman su libro, y que tratan de poner en palabras las inquietudes, contradicciones y la esencia del ser humano.
Cuatro siglos despúes Salvador Dalí se siente atraído por su obra, e ilustra 21 de los 107 ensayos que forman la obra.
Editorial Planeta presenta los ensayos de Michel de Montaigne que Salvador Dalí seleccionó e ilustró: 21 dibujos en tinta china y 16 acuarelas a color.
Aunque hayan pasado más de cuatrocientos años de su aparición, Los ensayos de Michel de Montaigne siguen siendo hogaño una fuente de placer para cualquiera; no tanto por sus características técnicas, por su estilo o por su composición, sino por la agradable fuente de sabiduría que son sus páginas: la de su autor y la de sus innúmeras fuentes.
Montaigne recopiló en estos cientos de páginas decenas de temas que le preocupaban, le interesaban o, simplemente, consideraba dignos de reflexión: habla sobre la tristeza, la educación (excepcional ensayo), la amistad, la vanidad, el amor, los libros, la virtud, la ira, etc.
La novedad de Los ensayos respecto a cualquier obra anterior (y muchas posteriores) es el acercamiento íntimo que su autor imprimió: Montaigne aborda los asuntos desde una óptica personal, colocándose como referente y utilizando la subjetividad como fuente de conocimiento. En el fondo, lo que el escritor busca es profundizar en los temas con el objetivo último de ser aprendiz de sí mismo: mediante la reflexión se comprende mejor y trata de aprender junto con el propio lector.
De ahí que Los ensayos sean una fuente de felicidad y saber constante: quizá no por los conocimientos que aportan, sino por la sabiduría moral que contienen.
La educación que nos propone Montaigne es de orden ético y por ello sus consignas apelan a sentimientos, virtudes y deseos; no intenta transmitir información o datos sin más, sino que elabora su pensamiento de manera espontánea (aunque muy elaborada) para ofrecer una enseñanza al más puro estilo socrático: extrayendo de su interlocutor —su lector, en este caso— los conocimientos que ya atesora.
Para ello se basa una y otra vez en cientos de ejemplos extraídos de fuentes clásicas. Montaigne hablaba el latín como una segunda lengua y de ahí que la mayoría de las citas a las que alude pertenezcan a escritores y filósofos latinos. Para el autor francés, la sabiduría de los antiguos estaba fuera de toda duda, ya que le parecía obvio que su rectitud y sentido común eran perdurables más allá de cualquier momento histórico concreto.
Para ello se basa una y otra vez en cientos de ejemplos extraídos de fuentes clásicas. Montaigne hablaba el latín como una segunda lengua y de ahí que la mayoría de las citas a las que alude pertenezcan a escritores y filósofos latinos. Para el autor francés, la sabiduría de los antiguos estaba fuera de toda duda, ya que le parecía obvio que su rectitud y sentido común eran perdurables más allá de cualquier momento histórico concreto.
Por este motivo alude de manera constante a hechos pasados y los utiliza como espejo para mirarse desde el presente. Cicerón, César, Escipión, Horacio o Platón, entre otros muchos, le sirven como modelo o ayuda para indicar cómo debemos comportarnos o actuar en determinadas circunstancias.
Y ahí entra en juego el potencial de Los ensayos en todo su esplendor: la interliterariedad, la referencialidad absoluta. El libro se expande más allá de sus páginas, de su espacio, de su tiempo, para proyectarse hacia el futuro gracias al intercambio constante de información y saber. Montaigne apela a otros escritores tanto como a su lector (el de entonces, el de ahora y el de mañana), convirtiendo la lectura en un juego de complicidad: la enseñanza de alguien es válida para otro, que a su vez la transmite, convenientemente transformada, a un tercer contertulio…
Y ahí entra en juego el potencial de Los ensayos en todo su esplendor: la interliterariedad, la referencialidad absoluta. El libro se expande más allá de sus páginas, de su espacio, de su tiempo, para proyectarse hacia el futuro gracias al intercambio constante de información y saber. Montaigne apela a otros escritores tanto como a su lector (el de entonces, el de ahora y el de mañana), convirtiendo la lectura en un juego de complicidad: la enseñanza de alguien es válida para otro, que a su vez la transmite, convenientemente transformada, a un tercer contertulio…
...y la cadena se extiende hasta el infinito. El diálogo entre autores es enriquecedor y prolífico: de hecho, el propio lector llega a formar parte del proceso, ya que Montaigne le insta a ello y le involucra en la construcción de su magna obra; así, la enseñanza no se aborda desde la superioridad intelectiva, sino desde el intercambio de conocimiento más básico, humano y dialogante.
Adentrarse en Los ensayos es un proceso que exige cierto esfuerzo, pero que otorga una recompensa mayúscula: comprenderse mejor y abrir la mente a la sociedad que nos rodea. La capacidad de Montaigne para hacer comprensibles los entresijos morales de las cuestiones que toca es encomiable, así como su habilidad para entretejer las múltiples lecturas que atesora dentro de su propia obra, conformando de esta manera un texto que sugiere e ilustra por igual.
Los 107 Ensayos sorprenden por esa razón por su variedad y por los contrastes que contienen. Si los más breves (especialmente en el libro I) son solamente notas de lectura que yuxtaponen en una o dos páginas algunas anécdotas comentadas brevemente, otras forman auténticos ensayos filosóficos, de inspiración estoica ("Porque filosofar es aprender a morir", I, 20) o escéptica ("Apología de Raimond Sebond", II, 12), cada vez más llenos de confidencias personales ("Sobre la vanidad", III, 9; "Sobre la experiencia", III, 13).
A la variedad de formas corresponde la de temas: Montaigne, afirmando "hablar sin preocuparse de todo lo que se presenta ante su fantasía", pasa sin transición de los "caníbales" (I, 31) a los "mandatos divinos" (I, 32), de los "olores" (I, 60) a las "oraciones" (I, 61). Algunos títulos engañosos esconden los capítulos más audaces: "Costumbre de la isla de Cea" (II, 3) discute la legitimidad del suicidio; "Sobre el parecido de los hijos con los padres" (II, 37) ataca a los médicos; "Sobre unos versos de Virgilio" (III, 5) incluye las confesiones de Montaigne acerca de su experiencia sobre el amor y la sexualidad; "Sobre las marcas" (III, 6) denuncia la barbarie de los conquistadores europeos...
Son también muy diversas las innumerables fuentes que Montaigne opone, las autoridades tradicionales del humanismo a su experiencia individual: si Plutarco y Séneca son sus autores predilectos, no por ello deja de lado a historiadores y poetas: cientos de citas en prosa o en verso, en francés y en latín, a menudo hábilmente modificadas, componen un texto a muchas voces. Lejos de constituir un adorno gratuito o una autoridad paralizada, este omnipresente intertexto ilustra o apela a la reflexión: "No digo a los demás salvo para afirmar tanto más lo que digo yo".
Adentrarse en Los ensayos es un proceso que exige cierto esfuerzo, pero que otorga una recompensa mayúscula: comprenderse mejor y abrir la mente a la sociedad que nos rodea. La capacidad de Montaigne para hacer comprensibles los entresijos morales de las cuestiones que toca es encomiable, así como su habilidad para entretejer las múltiples lecturas que atesora dentro de su propia obra, conformando de esta manera un texto que sugiere e ilustra por igual.
Los 107 Ensayos sorprenden por esa razón por su variedad y por los contrastes que contienen. Si los más breves (especialmente en el libro I) son solamente notas de lectura que yuxtaponen en una o dos páginas algunas anécdotas comentadas brevemente, otras forman auténticos ensayos filosóficos, de inspiración estoica ("Porque filosofar es aprender a morir", I, 20) o escéptica ("Apología de Raimond Sebond", II, 12), cada vez más llenos de confidencias personales ("Sobre la vanidad", III, 9; "Sobre la experiencia", III, 13).
A la variedad de formas corresponde la de temas: Montaigne, afirmando "hablar sin preocuparse de todo lo que se presenta ante su fantasía", pasa sin transición de los "caníbales" (I, 31) a los "mandatos divinos" (I, 32), de los "olores" (I, 60) a las "oraciones" (I, 61). Algunos títulos engañosos esconden los capítulos más audaces: "Costumbre de la isla de Cea" (II, 3) discute la legitimidad del suicidio; "Sobre el parecido de los hijos con los padres" (II, 37) ataca a los médicos; "Sobre unos versos de Virgilio" (III, 5) incluye las confesiones de Montaigne acerca de su experiencia sobre el amor y la sexualidad; "Sobre las marcas" (III, 6) denuncia la barbarie de los conquistadores europeos...
Los ensayos de Montiagne son traducción de Juan de Luaces en ediciones Omega. Dalí ilustra con 16 láminas en color y 21 dibujos en blanco y negro que realiza el artista hacia 1946-1947.
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