viernes, 25 de febrero de 2022

RETORNO AL PAISAJE. EL SABER FILOSÓFICO, CULTURAL Y CIENTÍFICO DEL PAISAJE. EVREN


Mateu Bellés, Joan F., y Nieto Salvatierra, Manuel (Editores)

Editado por EVREN, Evaluación de Recursos Naturales

 Valencia, 2008

Encuadernación de tapa dura.

610 pp., 17,5 x 24,5 cm.

ISBN 10: 8461235924

ISBN 13: 9788461235926


    Paisaje es, ciertamente, un concepto proteico. Y desde una perspectiva posmoderna en la que, abolidas las «grandes teorías», visiones y relatos se multiplican, el paisaje, en sus numerosas y permanentemente renovadas manifestaciones, conceptualizado de muy distintas maneras, resulta omnipresente. Los paisajes surgen, decaen o desaparecen en relación con los cambios técnicos y culturales, con la renovación de las sensibilidades.


    La montaña será un «pays affreux» –la orofobia se fundamentó en el rigor del clima, la esterilidad y las penalidades del acceso– como lo fue el océano –maléfico, repulsivo, amenazadora reliquia del diluvio– hasta finales del siglo XVIII. Habrá que esperar al siglo XIX –auge del higienismo– y del XX –ecologismo– para que el bosque, durante mucho tiempo hostil para el imaginario occidental, se convierta en un paisaje profundamente apreciado. Y sólo a comienzos del pasado siglo surge el desierto como paisaje. Otros nuevos paisajes, con sus lenguajes propios, irán apareciendo. El pantano, rehabilitado no sólo por razones ecológicas, sino también estéticas, los baldíos, los paisajes submarinos, mostrados por Cousteau y Luc Bresson, los vinculados al progreso tecnológico: los paisajes de la microfísica, de la investigación espacial, los virtuales, preñados de posibilidades…




Claude Lorrain, paisajista




    Joan Nogué se refiere también a los paisajes de la destrucción y de la desolación, provocados por el hombre y a los que quizás estamos acostumbrándonos. Hay que añadir los terrenos abandonados, los descampados –«lugares que los políticos y los constructores desechan» (Lara Almarcegui), los del «land art», los del cine y tantos otros. Marc Augé, en fin, ha hablado de los «no lugares», cabría decir «no paisajes», sin identidad histórica o relacional, que se interpenetran con los paisajes. Tal proliferación paisajística podría relacionarse con una cierta ética posmoderna, que supone atención a todo lo real, que supone amor a lo viviente y a todas sus manifestaciones y huellas.


    El problema que surge ante tal multiplicación y entrelazamiento de imágenes paisajísticas –apasionante, por lo demás– es el de una cierta «disolución» del paisaje, el de la, posiblemente, escasa eficacia, con tal complejidad conceptual, para hacer frente a las agresiones –y para reparar los daños– que el paisaje viene sufriendo. Entre nosotros, el asunto parece especialmente grave, desde la sumisión a fuerzas al parecer incontrolables, políticas, económicas y sociales. Costas y periferias urbanas vienen degradándose a un ritmo creciente desde hace mucho tiempo. El concepto clásico de paisaje, propio de la tradición geográfica moderna que lo define como «la forma y el rostro adquiridos por los hechos geográficos, es decir, la faz de una realidad territorial, más la imagen que se le otorga históricamente por la cultura» (Eduardo Martínez de Pisón). En los años sesenta en los que (Pierre George, Lacoste…) el paisaje se sustituyó por el «espacio», con la proposición del «análisis espacial» como objeto propio de la Geografía, la recuperación vendría, ya desde los setenta. El retorno al paisaje será así el de su consideración como «producto y reflejo» de civilización, y supone también «el aprecio no sólo de significados del paisaje, sino…[la] valoración de su pérdida, como privación, además de su funcionalidad, de un género de vida, de una civilización».


      Fonthill Abbey

    Este es el paisaje que, al margen de su crisis como concepto científico central, «totalizador», de la geografía y desde la interdisciplinariedad, se trata de «recuperar» en el libro que comentamos. Este es el paisaje, en fin, cuya pérdida se contempla como una amputación de la identidad, una consecuencia histórica imprevisible, tanto más intensa cuanto mayor sea su valor simbólico. Escribe Joan Nogué que «toda esta urbanización sin sentido ha causado una pérdida de identidad territorial. La gente se pregunta qué está pasando. Tanto localmente como en el contexto de la globalización. Todo esto causa en las personas desasosiego, la sensación de que aquí hay algo que no funciona». Cuanto más culta es una sociedad, más respeta sus paisajes, conservando los elementos que le dan sentido y mejorándolo cuando es necesario». Este es el paisaje de escritores y poetas.





    Dice Julio Llamazares en El río del olvido que la memoria es inseparable del paisaje «en el que ha ocurrido toda su vida. Es un espejo, no un telón de fondo de un escenario; en este espejo se refleja la vida de las personas. Cuando un paisaje desaparece, y no sólo porque le hayan puesto encima un embalse, el ser humano se duele y se resiente […]. Todos tenemos un paisaje en el que aprendimos a ver el mundo». Acosados por múltiples temores –paro, enfermedad, violencia, disturbios, el paisaje nos enraíza en el mundo, es parte esencial de nuestro patrimonio: «una inmensa dote que hemos heredado y que podemos desarrollar», pero con respecto a la cual tenemos una serie de responsabilidades, la primera de ellas, obviamente, la de «respetar y preservar un legado para poder transmitir la herencia a las generaciones venideras» (Rafael Núñez Florencio).



Antigua cantera convertida en parque de Buttes Chaumont, en París


    Retorno al paisaje. El saber filosófico, cultural y científico del paisaje en España se estructura en tres partes.

La primera parte –«Ontología del paisaje»– recoge trabajos de Eduardo Martínez de Pisón («La experiencia del paisaje»), Rafael Núñez Florencio («Historia y filosofía del paisaje») y Joaquín Fernández Pérez («El paisaje entre la naturaleza, el arte y la ciencia»).

La segunda parte –«La valoración cultural del paisaje»– agrupa los estudios de Nicolás Ortega Cantero («Paisaje e identidad nacional»), Joan Nogué («Paisaje, territorio y sociedad civil»), Anita Berrizbeitia, Romy Hecht y Arancha Muñoz («La idea de paisaje en Estados Unidos»), Iñaki Ábalos («Lugar y carácter: dos invenciones pintorescas»), Robert Rosenblum («Lo sublime abstracto») y Barbara Dayer Gallati («El paisaje americano y lo sublime mudable»).

La parte tercera –«Conocimiento científico del paisaje»–, los trabajos de los geógrafos Joan F. Mateu Bellés («Descubrimiento científico del paisaje»), Concepción Sanz Herráiz («Los científicos de la tierra y la evolución de los estudios sobre el paisaje en España») y Josefina Gómez Mendoza («Los ingenieros de caminos y de montes y su intervención en el paisaje»), y del geólogo Javier Oberti Segrera («El paisaje desde la ciencia a la planificación territorial»).





    Los diversos estudios contenidos en el libro responden a la situación actual en que el paisaje ya no es sólo el campo de los geógrafos, una voluntad de interdisciplinariedad que se manifiesta en los especialistas escogidos, pertenecientes a distintas disciplinas: Geografía, Historia, Historia del Arte, Arquitectura o Geología. Se trata, en definitiva, de recoger lo real –materia de la ciencia– y lo vivido por los hombres, ámbito de la cultura. Inevitablemente hay ciertas perspectivas sobre el paisaje. Entre ellas, la histórica, la dimensión religiosa y moral de los mismos, el paisaje y los fenómenos meteorológicos, la filosófica o la antropología.





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