martes, 5 de julio de 2022

EL TEJIDO DE LA CIVILIZACIÓN, DE VIRGINIA POSTREL

 CÓMO LOS TEXTILES DIERON FORMA AL MUNDO 


Editorial: SIRUELA
MADRID, 2022.
Encuadernación: Tapa blanda con solapas.
344 pp., 16,5 x 24 cm.
Traductor: LORENZO LUENGO REGALADO
ISBN: 9788418859113
PVP.  26,00€ , descuento 5%  a 24,70€

 
   Tejer es idear, inventar, concebir una función y belleza a partir del más sencillo de los elementos. En la Odisea, cuando Atenea y Ulises traman algo, "tejen un plan".  En inglés, fabric fabricate ("tejido" e "inventar", respectivamente) comparten una raíz latina común, fabrice, "algo producido con destreza". "Texto" y "textil" guardan una relación similar: provienen del verbo texere ("tejer"), que a su vez deriva -como techne- de la palabra indoeuropea teks, cuyo cuyo significado es "tejer". La palabra orden procede de la palabra latina que designa la preparación de los hilos de urdimbre, ordior, al igual que la palabra ordenador. La palabra francesa métier, que significa"arte" o industria, tiene también por significado "telar"...     

   Y muchas más, como la que emparenta con el mástil de los barcos y, precisamente, serán las velas que son tejidas para mover a las embarcaciones... (p.15)


   La historia de la humanidad es la historia de los tejidos, tan antigua como la propia civilización. Desde que se hiló la primera hebra, la necesidad de obtener tejidos ha servido de impulso para la tecnología, los negocios, la política y la cultura. En `El tejido de la civilización´, Virginia Postrel ha llevado a cabo una investigación única en su género que sintetiza arqueología, cultura, economía y ciencia para construir una historia sorprendente. 

   En el estudio se contemplan leyes que prohibieron el uso de determinadas telas por su elevado coste de producción, el uso de colores como el púrpura que quedó reservado a los popes de la Iglesia por la dificultad en encontrar el tinte marino; y la eliminación de motivos figurativos en el siglo XIV.

   El negocio de los textiles financió el Renacimiento italiano y el Imperio mongol nos dio la contabilidad de partida doble y las letras de crédito, e hizo posible la creación de obras tan significativas como el David y el Taj Mahal. 

   Desde los pueblos minoicos, que exportaban a Egipto telas de lana teñidas de un preciado púrpura, hasta los romanos que vestían seda china de un valor exorbitante, el negocio y la producción de textiles puso los cimientos para que el mundo antiguo recorriera los caminos de la cultura y la economía. La búsqueda de tejidos y tintes tal y como sucedía con las especias y el oro llevó a los marineros a atravesar mares extraños y a la forja de una economía global.

   El tejido también ha sido la fuerza motriz que se esconde tras el desarrollo tecnológico: los orígenes de la química se encuentran en el tinte y en el acabado de las telas. Los albores del código binario y quizá de todas las matemáticas se hallan en la tejeduría. La cría selectiva para la producción de fibras dio paso al nacimiento de la agricultura. La correa de transmisión llegó de la mano de los productores de seda. Igual que la microbiología. 

   Ampliamente documentado y narrado con extraordinaria maestría, `El tejido de la civilización´ nos cuenta la suntuosa historia del producto más influyente del mundo sin que lo tuviéramos apreciado como tal.


   No es casual que Irene Vallejo en El infiito en un junco describa un capítulo: Mujeres que tejen y cuentan

   Mi madre me leía libros todas las noches, sentada en la orilla de mi cama. El lugar, la hora, los gestos y los silencios eran siempre los mismos: nuestra íntima liturgia. Mientras sus ojos buscaban la página donde la víspera abandonamos la lectura, la suave brisa del relato se llevaba todas las preocupaciones del día y los miedos intuidos de la noche. Aquel tiempo de lectura me parecía un paraíso pequeño y provisional –después he aprendido que todos los paraísos son así, humildes y transitorios.

Desde tiempos remotos las mujeres han contado historias, han cantado romances y enhebrado versos al amor de la hoguera. Mi madre desplegó ante mí el universo de las historias susurradas, y no por casualidad. A lo largo de los tiempos, han sido sobre todo las mujeres las encargadas de desovillar, en la noche, la memoria de los cuentos. Las tejedoras de relatos y retales. Durante siglos han devanado historias al mismo tiempo que hacían girar la rueca o manejaban la lanzadera del telar. Por eso textos y tejidos comparten tantas palabras: la trama del relato, el nudo del argumento, el hilo de una historia, el desenlace de la narración. Devanarse los sesos, bordar un discurso, hilar fino, urdir una intriga. Por eso los viejos mitos nos hablan de la tela de Penélope, de las túnicas de Nausicaa, de los bordados de Aracne, del hilo de Ariadna, de la hebra de la vida que hilaban las Moiras, del lienzo de los destinos que cosían las Nortas, del tapiz mágico de Sherezade.


Aunque ya no soy aquella niña, escribo para que no se acaben los cuentos.

Escribo porque no sé coser, ni hacer punto, nunca aprendí a bordar, pero me fascina la delicada urdimbre de las palabras. Cuento mis fantasías ovilladas con sueños y recuerdos. Me siento heredera de esas mujeres que desde siempre han tejido y destejido historias. Escribo para que no se rompa el viejo hilo de voz.


   No resulta ser tan descabellada la comparación de tejer con la "confección" de libros cuando los primeros encuadernadores recogieron de los tejedores y adoptaron los bastidores de los curtidores para encuadernar el libro como se utilizaban desde el siglo XII y que se siguen empleando hoy en día.



Recomendamos una novela muy bien estructurada:



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