jueves, 5 de septiembre de 2024

BERNARDO LORENTE GERMÁN Y LA PINTURA SEVILLANA DE SU TIEMPO 1680-1759, de FERNANDO QUILES GARCIA E IGNACIO CANO RIVERO


  Editorial: Villaverde Ediciones

Edición: Madrid, 2008

Idioma: Castellano.

Encuadernación: Tapa dura con sobrecubierta ilustrada

353 páginas

24 x 31 cm.

2.100 gr.

ISBN 9788493464035

P.V.P. 45,000 €

El nacimiento de san Pedro Nolasco, de Zurbarán

    Un interesante libro de pintura centrado en la figura de Bernardo Germán Llorente y su tiempo con un gran estudio pictórico, como se puede ver en el índice de contenidos sobre la escuela andaluza y el siglo de Oro, además de incorporar un importante apéndice de fuentes documentales.  

    Bernardo Germán Llorente  (Sevilla, 1680-1759). Pintor español. Se formó con su padre, modesto pintor local, y después con un poco conocido Cristóbal López (c. 1671-1730), que hizo fortuna realizando imágenes devocionales para el mundo americano. Su obra se inscribe en una corriente de artistas que siguieron a Murillo y fueron capaces de adecuar su estilo a los cambios estéticos del XVIII, en especial tras recibir la influencia directa de la pintura francesa a partir de la llegada de la corte de Felipe V e Isabel de Farnesio a Sevilla en 1729. 

Retrato de Don Antonio Hurtado de Salcedo y Mendoza 
Bartolomé Esteban Murillo

    En este sentido, el conde del Águila afirmaba que «dióse a copiar e imitar a Murillo» pero, sin embargo, aceptó en su pintura determinadas influencias que la acaban individualizando, como la de los pintores franceses que trabajaron en Sevilla durante el lustro real y el gusto, común en la escuela granadina, por oscurecer los lienzos con betún contrastando las sombras con los toques de luz. Por otro lado, en el conjunto de su producción cabe destacar la desigualdad técnica según los diferentes encargos, lo que podría explicarse por el exceso de trabajo en el taller, situación que sólo le permitiría esmerarse en determinadas obras.

    Vivió toda su vida en Sevilla, donde se dedicó fundamentalmente a realizar obras religiosas para retablos, cuadros de altar y cuadros de pequeño formato de contenido devocional, así como algunos retratos y obras de naturaleza muerta. Pintor de ejecución rápida, poseyó una técnica suelta y un estilo en el que predominó claramente el color sobre el dibujo, con gran interés por los contrastes cromáticos y el protagonismo de la luz. La Iglesia fue su principal cliente y realizó numerosos cuadros de la Divina Pastora, siendo uno de los principales difusores de esta iconografía, creada por Alonso Miguel de Tovar, hasta el punto de ser llamado por Ceán «el pintor de las pastoras». Lorente representa el culmen de modernidad de la primera  generación de pintores del siglo XVIII en Sevilla junto a Domingo Martínez y Alonso Miguel de Tovar. 

Arcángel San Gabriel, de Alonso Miguel de Tovar

    Su pintura más temprana conocida es San Agustín. Firmada y fechada en 1717, se conserva en el convento de carmelitas descalzas de Jaén. El San Francisco de Borja es de 1726 y se guarda en una colección particular de Madrid; quizá formara pareja con un San Francisco Javier de Sevilla, en ambos destacan las vánitas con los instrumentos de mortificación. Influido por el contexto en el que vivió, representó con frecuencia las escenas populares de tradición murillesca, como el Grupo familiar comiendo melones y el Grupo familiar comiendo uvas y sandía, de colección barcelonesa; igualmente, en cuanto a las “Pastoras”, imágenes de la Virgen en una escenografía bucólica tan queridas en la Sevilla del siglo XVIII, son significativos los ejemplos de la iglesia del Santo Ángel y la parroquia de Brenes (Sevilla). La mayoría de las series que pintó Lorente para los conventos han desaparecido, como la serie de seis lienzos encargada por los monjes de la cartuja de Jerez de la Frontera en 1743 sobre la Pasión de Cristo. Este tipo de producción se puede conocer gracias a La Santa Cena y El prendimiento de Cristo, de la capilla del Baratillo en Sevilla, obras de gran formato y esmero compositivo, fechadas en 1735. Los cuatro lienzos para los monjes trinitarios que se conservan en la iglesia de los salesianos de Sevilla también pueden asimilarse con estas series.

    En contraposición a los anteriores, el San Fernando —también de colección particular sevillana— deriva de la iconografía murillesca. Más sorprendente resulta su interés por las representaciones mitológicas, de las que se conservan dos ejemplos en una colección madrileña, El rapto de Europa y El Triunfo de Anfítrite, escenas inspiradas en las obras de Cartari.


    Su repertorio temático fue mucho más amplio que el religioso: una destacada faceta de su producción fueron los retratos. Durante la estancia de la Corte en Sevilla —entre 1729 y 1734—, la calidad de los retratos que pintó le hizo ganar una propuesta para incorporarse al grupo de pintores reales cuando los Monarcas abandonaron la ciudad. Sin embargo, no aceptó la invitación, prefirió permanecer en Sevilla hasta el final de su vida. Ceán Bermúdez difunde estas noticias y lo describe como un hombre melancólico y de trato reservado, en cierta forma lo encasilla como “pintor de las Pastoras”, cuando no pintó esta iconografía, tan demandada desde 1703, en mayor medida que otros artistas. el propio artista, en carta a José de Hermosilla, declara que se le cerraron las puertas de la corte por envidia. Sin embargo, hacia 1730 pintó un retrato del infante Felipe de Borbón, futuro duque de Parma, que se encuentra en el Museo de Bellas Artes de Sevilla, en el que se aprecia la influencia francesa impuesta por los Borbones. que fue muy del gusto de su madre la reina Isabel de Farnesio, mostrando en él, como en otros de su mano, un evidente eco francés, especialmente de Jean Ranc. José Milicua comenta, gracias a una carta del propio Lorente del supuesto enfado y casi “muerte” de disgusto de Ranc al contemplar el retrato infante que él no había sido capaz de pintar con semejante parecido y rapidez.

San Fernando, hacia 1730

    En los años siguientes su producción fue abundante y muy valorada. El mismo sello cortesano es evidente en los retratos de Don José Vicente Urtusaustegui y su hermana, Doña Manuela Petronila Urtusaustegui, fechados en 1735 y conservados en una colección particular de Madrid, así como los de sus descendientes —La familia del marqués de Torrenueva—, guardados en Sevilla.

    Destaca la pintura de trampantojos por su calidad técnica. Son magníficas las Alegoría del vino y Alegoría del tabaco, pintadas entre 1730 y 1740 y conservadas en el Museo del Louvre de París; probablemente formaron parte de una serie dedicada a los cinco sentidos, en este caso, aluden al gusto y el olfato. Igual esmero en su ejecución se observa en la Alacena abierta, obra que figura en la portada del libro y que se encuentra en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid.

  Tuvo éxito y cierto reconocimiento, pero no parece, por la documentación conservada, que tuviera un taller muy grande ni numerosos discípulos entre los que sí se cuentan Lorenzo de Quirós y Felipe de Castro; no sólo pintó para la clientela sevillana y consiguió una desahogada posición económica.

 El cuadro La Divina Pastora de Llorente, conservado en el Prado, en los inventarios de 1814, estuvo atribuida a Bartolomé Esteban Murillo. Se inscribe en una corriente de devoción que hizo fortuna en este periodo en la capital andaluza, la cual contribuyó a poner de moda esta iconografía que se difundió por toda España. Su aprecio por la cor­te se revelaría no solo en los ofrecimientos y agasajos que nos relata Juan Agustín Ceán Bermúdez, sino que cuando en 1756 Llorente solicitó desde Sevilla el nombramiento de académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de ­Madrid se le concedió inmediatamente debido al prestigio que le reconocieron los consiliarios. 


San Miguel Arcángel

Casi al final de su carrera, en 1757, pintó el aparatoso San Miguel luchando contra los demonios de la catedral de Jaén.

Por el inventario realizado tras la muerte de su esposa en 1738, sabemos que poseía una interesante biblioteca compuesta por treinta libros, entre ellos El Arte de la Pintura de Pacheco, los Discursos Apologéticos de Juan de Butrón, textos religiosos, de matemáticas y perspectivas, además de unas seiscientas estampas, las que con toda probabilidad utilizaría como inspiración y soporte para sus composiciones.

En sus últimos años fue distinguido como académico de mérito de la Real Academia de San Fernando “en atención a la fama notoria de pericia y singular habilidad del pretendiente”. Hacia mediados de siglo se conoce  su labor como tasador entre la clientela sevillana, civil y religiosa.

    El conde del Águila afirmó que Lorente «diose como todos los de su tiempo a copiar e imitar a Murillo». Aunque Lorente no copia literalmente composiciones de Murillo tan frecuentemente como lo hicieran otros pintores, es un pintor que estilísticamente está conectado con aquel.

    Su obra se concentra sobre todo en Sevilla, aunque en los últimos años han salido a la luz varias pinturas suyas en otros puntos de la geografía española, lo que nos lleva a pensar que su fama debió de transcender el ámbito sevillano. Algunos estudiosos del pintor como Pedro Galera, han analizado algunas de estas obras que se encuentran desde antiguo en la provincia de Jaén en iglesias y en colecciones particulares, o las pinturas de San Andrés y Santa Catalina de Siena del retablo de la antigua capilla de Nuestra Señora de la Concepción de la catedral cordobesa firmados por él.


Bibliografía: 

Porres Venavides, Jesús.

Jesús Porres Benavides, Jesús

Fundación Museo del Prado, Real Acadaemia de la Historia.

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