lunes, 26 de octubre de 2020

TRISTÁN E ISOLDA

                                       


        Tristán e Isolda es una leyenda de inspiración griega "Teseo y el laberinto" y persa "Wis y Râmîn". Parece que la historia ya se conocía en el siglo VI y luego fue adoptada por los trovadores. La trama está enraizada en tradiciones que probablemente se remontan a la época de la dominación vikinga de la isla de Irlanda en el siglo X, durante el periodo del Reino de Dublín,​ aunque incluye elementos de otros ámbitos culturales. En la Edad Media, se extiende por toda Europa: Las ediciones de Thomas d'Angleterre en inglés (1160-1170), se refiere a las aventuras de un caballero de Cassivellaunus y se incorpora a las leyendas del Rey Arturo; Raoul de Beavais y a Chretién de Troyes, entre otros, pues formaba parte del imaginario francés del siglo XII; Béroul (1180), Von Oberg en alemán (1190-1200), incluida España, donde se encontró en Valladolid un infolio, en 1501.
  
   La principal característica de la historia se basa en mostrar un idilio extraordinario, que escapa de todas las normas y de los sentidos morales, centrando su atención en los sentimientos de los protagonistas. Tristán e Isolda, amantes que estuvieron a un paso de una muerte aceptada como venganza y expiación, y que forman parte de la mitología de la Edad Media europea, en esa lucha de lo espiritual y lo material.

  

El TRISTÁN de EILHART VON OBERG

  El Tristán de Eilhart von Oberg es el único poema alto-medieval sobre los amores entre este héroe y la reina Isolda que ha sobrevivido entero hasta nuestros días. La historia de esta inmortal pareja de amantes, que comenzó a componerse en la segunda mitad del siglo XII, nos ha llegado a través de múltiples manuscritos de los que sólo conservamos fragmentos, tanto en sus primeras versiones francesas (Tristán e Iseo) como en el monumental poema de Gottfried von Strassburg de principios del siglo XIII. Ante este desolador panorama, la versión de Eilhart von Oberg resulta una pieza clave para reconstruir fielmente fragmentos dispersos de una de las novelas de amor más originales y complejas de la literatura universal.


TRISTÁN E ISOLDA de GOTTFRIED VON STRASSBURG

                  

    Los casi veinte mil versos que nos han llegado del Tristán e Isolda de Gottfried von Strassburg paradójicamente constituyen, a pesar de su fragmentariedad, una visión del mundo global, codificada en sus aspectos filosóficos y teológicos, que a través del culto a la pasión erótica desarrolla diversas concepciones místicas medievales. De ahí se derivan las numerosas y polémicas interpretaciones de la obra, que, lejos de producir un consenso entre los estudiosos, no hacen sino sugerir la inagotable vigencia que anima esta historia de extraña e intensa belleza.

   Béroul (1180) fue la fuente en la que se basó Eilhart para su refundición y es muy posible que haya un antecedente común para ambos. Gottfried se basó en Thomas d´Angleterre porque lo indica en el prólogo y son coincidentes en pasajes.

   Se cuenta la historia de amor entre un joven llamado Tristán y una princesa irlandesa llamada Isolda, conocida popularmente como «La blonda» (la rubia), para distinguirla de «Isolda la de las manos blancas». 

   Todo empezó en una batalla: el buen rey Marcos veía como las tierras de Cornualles caían en manos del enemigo. Ante el horror, el fiel rey de Leonís, Rivalen, no dudó en cruzar el mar para ofrecer su espada a la espada amiga. Del final de la guerra no solamente obtendrían la victoria, sino que en virtud de su valentía, el rey Marcos ofrecería a Rivalen la mano de Blancaflor, su hermana. El compromiso no fue un fraude, aquellos dos inocentes se querían, pero su dulce matrimonio fue breve. Tuvieron que volver a su reino para defenderlo de otros enemigos.

   Esta vez, la guerra sólo trajo desgracias: el cuerpo muerto de Rivalen y una tristeza profunda en el corazón de Blancaflor, que el mismo día que trajo al mundo a su hijo, murió y, como no podía ser de otra forma en un día tan triste, le puso por nombre Tristán. Pero el recién nacido no tuvo tiempo ni de llorar, porque los enemigos entraban en el castillo. Con el rey y la reina muertos, solamente quedaba el leal Rohalt para salvarlo: huyó con el recién nacido entre sus brazos y lo haría pasar por su hijo hasta que fuera seguro devolverle al linaje al que pertenecía, el de rey de Leonís.

   Tristán fue educado entre sus hermanastros, pero a los siete años el escudero Governal se hizo cargo de su enseñanza, aprendizaje que le salvó la vida cuando, raptado por unos mercaderes de Noruega y finalmente abandonado a la suerte del mar, llegó a tierras lejanas donde lo apreciaron por todos estos conocimientos. Esta tierra era Cornualles y el que más le quería era el buen rey Marcos. ¡Qué gran noticia cuando supieron que la sangre los unía! ¡Qué emoción sintieron cuando el buen rey Marcos vio al fin en los ojos de Tristán los del valiente Rivalen y la bella Blancaflor! Tanta era la amistad que unía ahora a estos dos hombres, que cuando Tristán volvió a Leonís para recuperar su trono, dejó el reino en manos del leal Rohalt, y volvió hacia las tierras de Cornualles, junto al buen rey Marcos.

   Al llegar a Cornualles, el Morholt de Irlanda estaba aterrorizando a los aldeanos: reclamaba trescientas doncellas y trescientos niños por un impuesto ancestral. La espada de Tristán fue la única que se levantó para defender Cornualles de aquel tratado. El héroe venció dejando parte de su espada en el cuerpo del enemigo, que a la vez dejó en el cuerpo de Tristán el veneno de su arma. Días después, Tristán reposaba en una cama emponzoñada. Su cuerpo recubierto de heridas soltada un hedor que sólo el amor del fiel Governal y del rey Marcos podían soportar... pero Tristán puso fin: pidió a Governal que lo metiese en una barca y que lo enviase hacia al mar, una vez lo había salvado de los mercaderes y quizás ahora lo haría del veneno del Morholt.

   El mar lo llevó hasta las manos de una bella dama que lo supo curar, pero que también eran las manos del enemigo, de la sobrina del Morholt y de la hija del rey de Irlanda, Isolda la Blonda, las mismas manos que lo llevarían a una vida de errático amor. Cuando las heridas empezaron a desaparecer y su rostro podía ser identificado, huyó a Cornualles.   

   En el castillo del rey Marcos ya había empezado el complot: los varones más recelosos veían con malos ojos la amistad que le unía con Tristán y le exigían descendencia. Cansado de tanta palabrería, el rey Marcos propuso una apuesta: aquella mañana unas golondrinas le habían traído un cabello dorado y sólo se casaría con aquella a quien pertenecía. Tristán se lo pensó y queriendo tapar las bocas de aquellos que lo acusaban de pretender el reino, él mismo se echó de nuevo al mar para buscar a aquella que ya conocía y traerla a los brazos de su amigo. 

   Cuando Tristán llegó al irlandés puerto de Weisefort, las voces reclamaban al valiente que al fin se desharía del dragón maléfico que cada día bajaba a la aldea y se comía a una familia entera. En la desesperación, el rey de Irlanda había ofrecido la mano de su hija, Isolda la Blonda, al caballero que consiguiese vencerlo.

   El cobarde caballero que había indicado el camino del monstruo a Tristán, volvió aquel mismo día donde estaba el dragón y al ver que estaba muerto pensó el engaño: el caballero que había matado a la bestia seguramente estaría muerto, así que cogió la cabeza del dragón y reclamó la mano de Isolda la Blonda. Al rey le costaba creer que aquel cobarde hubiese realizado la hazaña e Isolda la Blonda no quiso claudicar. Reunió a sus sirvientes más fieles y quiso ver la escena del crimen; unos metros más allá de donde se encontraba el dragón muerto se hallaba el cuerpo abatido de Tristán.

   Isolda la Blonda acogió al héroe para curarlo del veneno y poder demostrar, una vez recuperado, que él había sido el vencedor. La bella dama no reconoció en el rostro de Tristán al asesino de su tío, pero en cambio la espada del héroe habló por él: le faltaba un pequeño trozo que encajaba perfectamente con el que Isolda la Blonda había encontrado en el cuerpo de su tío Morholt, cuando volvió difunto a Weisefort. Cogió la espada que un día había matado a su tío y la encaró contra Tristán. El valiente no tenía ni armas ni arpas para apaciguar la ira de la bella dama, pero todavía le quedaban las palabras. Despacio, la fue convenciendo de su valor, de por qué había tenido que matar el Morholt, de cómo había luchado por ella para deshacerse el dragón y de cómo había empezado todo cuando unas golondrinas habían traído uno de sus cabellos dorados a Cornualles.

   La princesa se enterneció, pero la ternura no sería igual en el corazón del rey de Irlanda cuando viese delante suyo el culpable de la muerte de su hermano. Así que Isolda le hizo jurar a su padre que siempre guardaría lealtad al héroe que había matado al dragón y que le ofrecería igualmente su mano como esposa. Ante toda la corte de Weisefort apareció Tristán. El odio se podía leer en las espadas que, ahora desnudas, clamaban venganza. Anticipándose a la revuelta, Tristán había pedido que los mejores varones del reino de Cornualles viajaran hacia Weisefort para presentarse en el castillo. Acababan de entrar a la sala donde, con su nobleza, apaciguaron la rabia de Irlanda.

   Las manos del rey de Irlanda unían ahora las de Tristán e Isolda y en aquel bello momento, Tristán prometió en voz alta que llevaría a la dama hasta los brazos del rey Marcos. Duras palabras para el corazón enternecido de Isolda la Blonda, que ahora se sentía traicionada por aquel que ella había decidido defender y que no la quería por esposa. La madre reina, previendo la inmensa tristeza de su hija, preparó una poción mágica en secreto y se la dio a la leal Brangien, sirviente y amiga de la princesa. Cuando el rey Marcos e Isolda bebieran la poción quedarían enamorados hasta el mismo día de su muerte.

   La poción no tocó nunca los labios del rey Marcos. En el barco camino de Cornualles, mientras Brangien dormía el peor sueño de su vida, Tristán e Isolda tragaron por error el líquido encantado. Cuando Brangien despertó ya era demasiado tarde, los amantes estaban destinados a serlo por siempre jamás y en aquel mismo barco se entregaron el uno al otro, traicionando por siempre la lealtad al rey Marcos y entrando en un infierno que los perseguiría el resto de sus vidas.

                   

   Llegados a Cornualles, la noche de boda con el rey Marcos, Brangien se hizo pasar por Isolda la Blonda dejando así su virginidad en manos del monarca y guardando a su reina de toda deshonra; después Isolda se iba volviendo loca de desconfianza, hasta el punto de ordenar a dos caballeros la muerte de su amiga Brangien, por miedo a que hablase –¡suerte tuvo Isolda de la piedad de los dos caballeros ante la historia de Brangien, que finalmente pudo volver a la corte en vida, abrazada por la amistad que Isolda le profesaba de nuevo!-; más tarde los varones empezaron a sospechar de los amantes y metieron otro veneno, el de los celos, en el corazón del rey Marcos para que echara a Tristán de su reino.

   El rey Marcos finalmente cedió a las malas lenguas, y tras varios intentos fallidos por parte de los varones llegó la prueba concluyente: un hilo de sangre de una herida insignificante de Tristán se podía ver en la cama que cada noche compartían el rey Marcos e Isolda la Blonda. El odio no se hizo esperar y construyó una hoguera para quemarlos el mismo día. Camino de la hoguera, Tristán consiguió escapar, pero cuando el rey supo que Tristán se había escapado, su odio creció tanto como las llamas que ahora se levantaban delante suyo. Ya a punto de echar a la hoguera a la que había sido su dulce esposa, el grupo de leprosos de Cornualles habló: ¿realmente la odiáis y queréis que muera en un instante?, le dijeron.

   La propuesta de los leprosos era macabra: que les dieran a Isolda la Blonda para vivir entre ellos, para convertirse en una de ellos y ver cómo su cuerpo radiante se iba deformando en una muerte cruel y lenta. Una venganza perfecta que el buen rey Marcos no desaprovechó. Los leprosos se llevaron a Isolda la Blonda pero ignoraban que Tristán bien pronto se la arrebataría de nuevo para llevársela a la profundidad de los bosques de Cornualles.

   Dos años vivieron en medio del bosque acompañados del fiel Governal. Extrañamente felices, los harapos y la comida primitiva no les molestaban. Pero el veneno del amor no los eximía de los remordimientos y por eso cada noche sus cuerpos desnudos se juntaban, pero sin llegar nunca a tocarse. Una espada separaba los dos jóvenes en señal de castidad. Así fue como se los encontró el rey Marcos cuando descubrió la cabaña. No estaban acurrucados, el uno sobre el otro, entrelazando brazos y piernas como correspondería a cualquier pareja de amantes. Y comprendió. Puso su espada en lugar de la de Tristán separando de nuevo a su amigo y a su esposa. El mensaje era claro, podían volver a casa.

   A su regreso, las voces de los varones no se hicieron esperar. De nuevo pedían el exilio de Tristán, y contra su propio corazón, el rey Marcos accedió. También pidieron el juicio del hierro rojo para Isolda la Blonda, según el cual si decía la verdad, al coger el hierro al rojo vivo su mano quedaría intacta. La bella dama no tembló. Envió un mensaje a Tristán, que no se había marchado de la comarca, pidiéndole que fuese a la playa vestido de mendigo. El día señalado, llegaron en barco al juicio, pero Isolda pidió la ayuda de algún mendigo para no mojarse el vestido. El harapiento Tristán se acercó y cogiéndola entre los brazos la llevó hasta la arena, donde Isolda la Blonda le hizo caer. Al hacer el juramento fue concisa: os puedo prometer que nunca en la vida nadie más que el rey Marcos y este mendigo que acabáis de ver me ha tenido entre sus brazos. El hierro al rojo vivo fue como agua para las manos de Isolda.

   Recuperada la confianza del rey y cumplido el juramento, Tristán decidió que era el momento de alejarse si no quería volver a traer la desgracia a la vida de su amada. Los amantes se separaron por primera vez. No podían vivir ni morir el uno sin el otro. Separados, no era la vida ni la muerte, sino la vida y la muerte a la vez. En la distancia, los celos aparecieron en sus corazones. Tristán había cabalgado todas las tierras del Mediterráneo ofreciendo sus servicios de caballero en diferentes reinos. Ni un mensaje de Isolda la Blonda. La veía cubierta por las amabilidades del rey Marcos mientras él vagaba por tierras lejanas.

   El reino de Bretaña aceptó la mano de una dama que tenía por nombre Isolda de las Blancas Manos. En el mismo momento que aceptó se arrepintió; cuando la tuvo en la cama nupcial le mintió: no podía darle su cuerpo hasta pasados seis meses.

  No pasaron seis meses que, en una de las batallas que Tristán libró para defender su nuevo reino, otra vez entró el veneno en sus venas. Esta vez, no obstante, no había remedio. No podía ser más desgraciado, había confesado al hermano de Isolda de las Blancas Manos, ahora su amigo, su tortura. También un veneno, ¡pero este de amor! El leal compañero se enterneció ante la petición que le hacía Tristán: ver a Isolda la Blonda antes de morir. Aceptó el favor y quedó con Tristán en que si volvía con ella, alzaría velas blancas en su barco, y si no podía hacerlo las velas serían negras.

   Tal día llegaba ya Isolda la Blonda para ver a su amante, que la otra Isolda, la de las Blancas Manos, llevada por la rabia de saberse segunda mintió a Tristán diciéndole que el barco de su hermano alzaba velas negras. Allí mismo se fundió el cuerpo del héroe y todavía estaba caliente cuando Isolda la Blonda entró en la habitación. Pero aquel calor era sólo un recuerdo de Tristán, una sombra que ya no volvería a dormir a su lado. Y así mismo, como había entrado, se tumbó sobre el cuerpo muerto de Tristán para morir ella también. No eran nada si no estaban juntos. Y también juntos, moría ahora uno contra el cuerpo del otro.

   Hemos adoptado los nombres de Tristán e Isolda por ser los más populares a raíz de la adaptación musical de la ópera de Wagner, pese a que no dejan de nombrarse indistintamente según las distintas lenguas.




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