Durante la Edad Media florecieron libros dedicados a la narración de peripecias relacionadas con el combate, el amor, la búsqueda, la separación y reunión y los viajes al otro mundo. Localizadas en espacio y tiempos lejanos, y llenas de elementos maravillosos, son obras engarzadas con la realidad por sus connotaciones morales y religiosas, con frecuencia explícitas en el texto. En el "Libro del Caballero Zifar", escrito a comienzos del siglo XIV, se han visto huellas de leyendas anteriores, elementos franceses o celtas e indudables rasgos orientales. Si a ello añadimos la posibilidad de que sea una traducción (en el sentido medieval de "traslado" y "enmienda" ) de fuentes árabes, podemos juzgar la importancia y complejidad de lo que es sin duda la primera novela original de caballerías surgida en nuestro suelo.
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Manuel Moleiro, 1996. ISBN 8488526245 - ISBN 13 9788488526243 - 135,00€ |
Libro de estudios al facsímil del manuscrito nº 36 de la Biblioteca Nacional de París, bajo la dirección de Francisco Rico y al cuidado de Rafael Ramos que aporta la Invitación a la lectura del Libro del caballero Zifar.
Encuadernado en tela editorial impresa con cubierta ilustrada. 330 pp. Folio Mayor, 29 x 35,5 cm.
Folio 1r del manuscrito de París |
El Libro del caballero Zifar originalmente Libro del cavallero Zifar se compuso hacia 1300 aunque Juan Manuel Cacho Blecua en el capítulo Los problemas de Zifar, contenido en esta obra que mostramos, pospone su composición hasta mediados del siglo XIV. Juan Manuel Lucía Megías aborda los Testimonios del Zifar. Se trata del primer relato de aventuras de ficción extenso de la prosa española que presenta rasgos de novela caballeresca y una moral ejemplarizadora -que volveremos a encontrar en El conde Lucanor-, y con sentido para la formación de príncipes.
Ajusticiado por ahorcamiento |
Se nos ha transmitido en dos manuscritos, el ms. 11.309 (Biblioteca Nacional de España) del siglo XIV, llamado códice M; y el ms. espagnol 36 (Biblioteca Nacional de Francia) llamado códice P o manuscrito de París, de 1464, que es del que nos servimos y se encuentra bellamente iluminado. Además, se publicaron dos ejemplares de una edición impresa en Sevilla, en 1512.
f. 20r del manuscrito de París |
El relato arranca como una adaptación de la vida de san Eustaquio, que se personificaba en el caballero Plácido (o Plácidas, como se le llamó en la Península) que protagonizaba una difundida leyenda hagiográfica, encarnada en el caballero Zifar del reino de Tarta en la India, a partir de la cual se entretejen diversos materiales de carácter didáctico, épico y caballeresco. Zifar, ya adulto y en situación paupérrima, parte de una desgraciada separación familiar para reencontrarse, luego, elevado a la condición de rey de Mentón. Su hijo, Roboán, recibe sus enseñanzas y repite la trayectoria del padre, siendo al fin coronado emperador.
El libro se inicia con un prólogo -aunque no se nombre así en los manuscritos- en el que un tal Ferrand Martínez, clérigo de Toledo, aparece en un cuento inicial que da la sospecha que pudiera ser el propio autor, quien asegura haber traducido la historia de la lengua caldea, que aquí probablemente refiera al «árabe». Aunque es este un tópico habitual de los relatos de tradición caballeresca, lo cierto es que muchos de los antropónimos del Zifar (su propio nombre) son árabes y también ciertos motivos estilísticos y culturales (se muestra el alquerque o juego precursor a las damas), pues la técnica de inserción de los cuentos (se incluyen más de veinte exempla) recuerda la estructura de Las mil y una noches.
Miniatura del manuscrito de París |
Muy posiblemente la inclusión de digresiones típicas de la literatura sapiencial o las colecciones de exempla viene dada por la novedad que suponía componer una obra extensa de ficción en prosa, a pesar de que la labor del taller literario alfonsí y la aclimatación de la materia de Bretaña en la Península, junto con la necesidad de desarrollar modelos narrativos en las crónicas históricas, habían allanado el camino a la irrupción de la ficción novelesca.
Así, el Zifar podría dividirse en un prólogo y cuatro partes:
- Prólogo. Convencionalmente denominado así por la crítica que se ha ocupado del Zifar, se trata de un exemplum, como recomendaban las artes poeticae para el ordo artificialis, una parte de la retórica medieval. Brunetto Latini, en los Libros del Tesoro aconseja comenzar estas obras extensas con «un enxiemplo o proverbio o sentencia o autoridat de los sabios».
- Las dos primeras partes. Se titulan «El caballero de Dios» y «El rey de Mentón» en la edición de Wagner (1929). Relatan una historia de separación y encuentro de Zifar con su familia, compuesta por su mujer Grima y sus hijos Garfín y Roboán.
- La tercera parte, «Castigos del rey de Mentón», recoge los consejos que Zifar —ya rey de Mentón— da a sus hijos Garfín y Roboán. Es un tratado doctrinal de educación de príncipes, y se aparta del género narrativo para hacer una digresión didáctica. Esta parte reelabora las Flores de filosofía, una colección de sentencias obtenidas del Libro de los cien capítulos que a su vez provienen de las colecciones árabes de dichos de sabios griegos.
- La cuarta parte narra la historia de Roboán desde que abandona el reino de Mentón hasta que consigue ser coronado emperador de Tígrida, con lo que repite el modelo de su padre.
Las ediciones de La coránica del muy esforcado y esclarescido cavallero Cifar impresas por Jacobo Cromemberg en la Sevilla de 1512 añaden otro prólogo al original, pero el modelo se perdió.
La heterogeneidad de los materiales que conforman el Zifar propició en un primer momento que la crítica negara la unidad temática de la obra hasta mediados del siglo XX. A partir del estudio de Justina Ruiz Conde (1948) la tendencia dominante es considerarla como una obra unitaria, si bien dentro de los parámetros siempre misceláneos de la literatura medieval. Francisco Rico, quien elabora el epílogo Entre el códice y el libro, vuelve a considerar en este trabajo la amalgama de géneros que supone el texto.
f. 97v del manuscrito de París. Ilustración con acción paralela |
La crítica de la segunda mitad del siglo XX incidió en su carácter doctrinal. Se ha propuesto como tema de la unidad del libro la frase redde quod debes (devuelve lo que debes), que enunciaría el núcleo de una estructura basada en el sermón, donde todo el Zifar sería una amplificación del concepto de la redención.
Otra interpretación propone una unidad basada en las retóricas medievales, en los recursos de amplificación, paralelismos, simetrías y digresiones (con técnica de intercalación o entrelazamiento de episodios), que son propias de los posteriores libros de caballerías. El libro no tendría un carácter doctrinal ni alegórico, sino que constituiría un relato heroico y caballeresco con elementos moralizantes intercalados, como los consejos del rey de Mentón o la abundancia de exempla, proverbios y sentencias.
f. 104v del manuscrito de París. Se encuentran los nombres de ropas de cama y asesinatos de alcoba |
Destaca, en todo caso, la presencia constante del humor en el Libro del caballero Zifar, estudiado por Scholberg, aspecto en el que concluye que supera a todas sus obras contemporáneas. Existen tanto componentes humorísticos verbales, como juegos de palabras o conversaciones ingeniosas, como estructurales, como el «Cuento del medio amigo», que es todo él una broma que un padre le gasta a su hijo.
Pero quizá los elementos más señalados del estilo del Zifar son los proverbios y refranes y los exempla o cuentos moralizantes. En cuanto a los primeros se nota, a diferencia de lo que ocurre en otras obras de la literatura española que los utilizan, como El libro de buen amor, La Celestina o El Quijote, que no aparecen enristrados, sino diseminados por toda la obra. En general se ponen más frecuentemente en boca de personajes de autoridad elevada, como son Zifar (luego convertido en Rey de Mentón) y su hijo Roboán, que también será coronado ya no rey, sino emperador. Menos sentencias aparecen en boca del personaje más cómico de la obra, el escudero Ribaldo, por lo que no hay similitudes en este aspecto con su descendiente literario, Sancho Panza. Han sido catalogadas hasta un total de trescientas setenta y cuatro frases de carácter paremiológico en el Zifar.
En cuanto a los exempla, aparecen en el texto más de veinte, tratados siempre con algún añadido original. Su filiación es diversa y va desde las fábulas de Esopo (como sucede en el Arcipreste de Hita), hasta el origen oriental (hindú, persa o árabe adecuándolos a la cultura cristiana), pasando por el anecdotario de procedencia clásica bien difundido en la literatura sapiencial, de la que es ejemplo el cuento de la proverbial comparación entre la ruindad de Antígono y la generosidad de Alejandro Magno.
La imbricación de los textos se logra mediante variadas técnicas narrativas donde se aprecia el influjo de la cuentística oriental, con el mecanismo de relato marco y cajas chinas o muñecas rusas. La mayor parte de las veces la voz narrativa pertenece a uno de los protagonistas del Zifar, que se sirve de la narración de un cuento en el decurso del diálogo con otro personaje. Con ella pretende ejemplificar en la práctica lo que expuso de modo teórico. También en este caso son los personajes de mayor prestigio quienes acaparan la mayoría de las intervenciones como narradores internos, pues revelan una de las dos características que debía tener un héroe medieval, la sapientia (sabiduría), que era inseparable de la fortitudo o valor guerrero. Solo en algunas ocasiones el narrador del cuento es el narrador principal del Libro del caballero Zifar. En la anécdota del «Agarrado a este nabo» el protagonista y narrador de la facecia o relato folclórico es un personaje del relato principal, el criado Ribaldo. Se trata de una técnica que adelantará la inclusión de material folclórico en los hechos narrados por el protagonista que se da en el Lazarillo de Tormes.
f. 99v del manuscrito de París |
Pese a que la obra ha sido considerada como la primera novela de caballerías de la literatura española, carece de algunos rasgos definitorios de este género, como son la ausencia de descripción de batallas y estrategias militares, la precaución e incluso elusión de los enemigos, la escasísima presencia de duelos entre dos caballeros y, en fin, un sentido de la fama, el amor y la aventura muy diferente del mundo ideal caballeresco. Antes al contrario, el relato del Zifar se esfuerza en reproducir con bastante fidelidad el contexto de la realidad cotidiana del siglo XIV. Por otro lado la influencia de la novela griega de aventuras o novela helenística basta para explicar la separación y reencuentro familiar, el encumbramiento del héroe y el entrelazamiento de los episodios.
Cabe mencionar la inclusión de dos poemas castellanos, en uno de los primeros ejemplos de lírica en esta lengua que se conservan. Los poemas expresan plantos por la pérdida del amor o de un reino maravilloso e inciden en la expresión de las emociones con recursos muy sencillos, como la interjección, la interrogación retórica, la anáfora o el apóstrofe.
La temática profana enriquece las ilustraciones con temas no religiosos. Josefina Planas Bádenas, El manuscrito de París. Las miniaturas, reconoce seis autorías para las imágenes donde se asegura a los Hermanos Carrión junto a otros talleres anónimos. Carmen Bernis, del Centro Superior de Investigaciones Científicas, desmenuza el Estudio arqueológico que muestra la terminología de la época hasta en la nomenclatura utilizada para la ropa de cama en aquel tiempo.
La edición ilustrada se ejecuta para Enrique IV de Castilla. A su muerte pasó a formar parte del tesoro personal de la reina Isabel I, la Católica. En torno al año 1511 es posible que perteneciera a Charles de Croy, conde de Chimay, de quien conservó las armas en una encuadernación de terciopelo. En cualquier caso, en 1526 se encontraba ya en la biblioteca de Margarita de Austria, y poco después, en 1565, en la de María de Hungría, hermana del emperador Carlos V. De ahí pasó a la biblioteca de los Duques de Borgoña, donde está documentado en 1577 y 1614, hasta finales del siglo XVIII. En 1796 llega a París de mano de Napoleón que lo extrajo en Bruselas de la biblioteca burgoñana de Carlos I.
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